De cara a las elecciones presidenciales de 2026, veo al menos cuatro escenarios posibles en segunda vuelta con la información hasta ahora conocida.
Un escenario de polarización, entre un candidato de una izquierda que abandone la concertación y una derecha muy reaccionaria. Aquí estarían Gustavo Bolívar –el que mejor marca en las encuestas a pesar de ser inviable políticamente– y Vicky Dávila, quien recogería ese nuevo descontento contra el establecimiento liberal, muy de moda en estos tiempos de tosco libertarismo. El uribismo tendría que sumarse a esta opción por miedo a quedarse sin nada. El llamado centro político tendría ahí como pelear, seguramente con Claudia López, quien tendrá recursos, sobre todo retóricos, para dar la pelea en tiempos de política-espectáculo y simulacros para aparecer como lo que no es.
Un segundo escenario sería el de una izquierda que entiende que tiene que ceder para conservar el poder, y el de una derecha que considera necesario retomar cierta normalidad institucional. Allí vería, de un lado, a Gilberto Murillo con Susana Muhamad y, del otro, a Sergio Fajardo, quien puede tener otra oportunidad si abandona su insipidez y falta de contundencia sobre temas que se exigen de alguien que quiere ser presidente. Sus declaraciones son las de una persona que no quiere ser tomada en serio para ser presidente de la república.
Una tercera posibilidad es un renacimiento del establecimiento político con un candidato como Germán Vargas, quien tendrá que lidiar contra su impopularidad y el hecho de ser el líder natural del partido que más avales ha entregado a políticos corruptos ¿Cómo puede prometer una renovación ética y política alguien así? Para enfrentar a un peso pesado, y del establecimiento, el progresismo se la tendría que jugar por alguien de las mismas características, un Roy Berreras o, de nuevo, alguien como Gilberto Murillo, quien podría tranquilizar a sectores del establecimiento.
Ante candidaturas inviables en ambos lados del espectro político, surge un cuarto escenario de candidatos del centro que podrían recoger el cansancio de la polarización. De nuevo, Claudia López y Sergio Fajardo –una unión los haría más fuertes– tendrían mucho juego y enfrentarían al candidato/a percibido/a como el más extremo en ambos lados del espectro, Bolívar –o el que diga Petro–, y Dávila –o el que diga Uribe–.
Más allá de los nombres, la disputa será por las narrativas. Si prevalece la del catastrofismo, la de que el país está peor que nunca y se necesita un gobierno de reconstrucción moral, política e institucional, los candidatos de la derecha tienen mayores probabilidades. Allí, retomar la agenda de seguridad como eje estructurante de la agenda política será lo rentable.
Pero si prevalece el hecho de continuar y profundizar la agenda social, la izquierda progresista tiene posibilidades reales de meterse en segunda vuelta con un/a candidato/a competitivo/a, que entienda la necesidad de generar un frente amplio de acuerdos políticos entre fuerzas que tengan como norte el desarrollo de la Constitución de 1991 y la fórmula del Estado social de Derecho.
Por supuesto que cada escenario dependerá de muchas variables, de cosas que pasarán en lo que queda de gobierno, que si le va bien llevará a algunos de los escenarios, pero si se sigue deteriorando la seguridad y crece la percepción de un presidente que habla mucho y hace poco, y de una izquierda que perdió la oportunidad de grandes cambios, crecerá la idea de votar en contra de Petro, y las elecciones de 2026 serían una especie de referendo de aprobación o de rechazo.
Las cartas que ha jugado Gustavo Petro en los últimos días indican que no está dispuesto a rendirse ante el establecimiento, así sea de la mano de uno de sus más oscuros e impresentables representantes. Entendió lo que es tener el poder, aún a costa de abandonar sus ideales.