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Es posible ver el panorama electoral de Colombia en 2026 como un escenario de espacios políticos. En cada espacio se juegan ideologías, narrativas, lealtades, estrategias.
En un primer escenario, estará lo que podemos llamar la izquierda y el progresismo, siendo el Pacto Histórico la fuerza política más fuerte. Si deciden unirse todos esos grupos y movimientos en una sola sombrilla, serán un actor político importante. Pero tendrán que lidiar con la narrativa de haber frustrado las expectativas de cambio por las que fue elegido Gustavo Petro y el hecho de ser señalada como una izquierda que no estaba ni está preparada para gobernar el país, bien por falta de preparación, por falta de pragmatismo y por haber aceptado jugar con las mismas reglas del establecimiento político que dice enfrentar, con el lamentable resultado de más clientelismo, transacciones non sanctas, corrupción. Tienen a su favor unas lealtades que se renuevan en cada movilización convocada por el Gobierno y el hecho de poder seguir levantando la bandera de enfrentar a un establecimiento político que no quiere el cambio, lo cual sigue siendo rentable políticamente, y en parte verdad.
En ese espacio se necesita una candidatura que sepa equilibrar militancia, lealtad y que esté dispuesta a corregir los errores del gobierno, yendo más allá del petrismo.
En un segundo espacio estará lo que puede verse como el centro liberal. Allí se juega a la moderación, al restablecimiento del equilibrio institucional y a la necesidad de alejarse de los extremos, una estrategia que los deja con poco juego, porque la conversación cambió y ese liberalismo desteñido no ha entendido que la cuestión social está en el centro del debate. El contrato social de la Constitución de 1991 debe ajustarse, y la fórmula de gradualidad y construir sobre lo construido se agotó.
Allí se necesita una candidatura combativa, capaz de dar los debates que de alguna manera este Gobierno dejó planteados y que vienen desde el estallido social, una que deje tanta tibieza y autocomplacencia, yendo más allá del santismo/gavirismo.
Finalmente, está el espacio de la derecha conservadora, la de siempre, la que propone la misma fórmula de más seguridad, menos impuestos a las empresas, no negociación con grupos armados, asistencialismo paternalista. Tienen a su favor un clima internacional de emergencia de nuevas derechas, pero tienen que ofrecer más que eso, porque también tienen que entender que la conversación cambió y un uribismo 2.0 ya no es posible. Ahora mismo se debaten entre otro retoño de Uribe o entregarse a una candidatura incierta y demagógica como la de Dávila, que apunta a una suerte de “mileismo trumpista” a la criolla.
La narrativa de recuperar el país “de las garras del petrismo” no es suficiente. Nadie se toma en serio que las fuerzas políticas que convergen en este espacio tienen una genuina preocupación por los más excluidos de este país, que siguen siendo la mayoría.
Ningún espacio es capaz de ganar en 2026 por sí mismo. En segunda vuelta deben sumar. El espacio de la izquierda progresista debe sumar a liberales desencantados con el establecimiento; el centro liberal debe saber moverse bien políticamente, habilidad que no tienen pues les gana la superioridad moral. A la derecha le quedará más fácil sumar a quienes consideran que es “necesario salir de esta tragedia”, pues en tiempos de crisis al establecimiento le queda más fácil cohesionarse.
Hay juego, nada está definido, la proliferación de candidatos en el centro y la derecha favorece a una izquierda si es capaz de unificarse, pero un fin de gobierno sin grandes transformaciones favorece el retorno de los de siempre.
