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El contundente triunfo de José Antonio Kast en la segunda vuelta en las elecciones en Chile parece marcar una tendencia en América Latina que podríamos llamar giro antiprogresista, una reacción tardía y desigual a lo que en su momento se denominó la “marea rosa”, una seguidilla de gobiernos de izquierda a finales del siglo pasado y principios del actual, como respuesta a las políticas neoliberales con agendas políticas de igualdad e inclusión, algunos de los cuáles terminaron en derivas autoritarias como Venezuela.
Luego de la dictadura de Pinochet, Chile se decantó por gobiernos de centro-izquierda, con una clara orientación socialdemócrata, basada en un buen crecimiento económico y políticas sociales que mejoraron el milagro chileno, experimento neoliberal de los Chicago boys. Sebastián Piñera, un empresario de la derecha tradicional, logró colarse en dos oportunidades en este largo período de gobiernos de izquierda, haciendo algunos ajustes, pero dejando en lo esencial el modelo chileno, atravesado por crecientes cifras de desigualdad y exclusión que las nuevas generaciones rechazaron en el estallido social de 2019.
El lugar próspero y seguro que durante muchos años fue Chile —lo que atrajo una alta inmigración— se fue deteriorando, y hoy predomina un imaginario de caos e inseguridad que Kast supo interpretar, teniendo enfrente un gobierno como el de Boric, con bajos índices de popularidad e incapaz de recoger esas nuevas demandas. La candidata Jeannette Jara —con el estigma de provenir del partido comunista— tuvo que cargar con ese lastre y sufrir la peor derrota de la izquierda en la democracia postdictadura. Kast ha dicho que el suyo será un gobierno de emergencia y de transición en busca del orden perdido que la izquierda no fue capaz de restablecer. La mayoría de los chilenos se quedaron con eso.
Si vemos lo que pasa en Argentina con Milei, en Ecuador con Noboa, en Perú —no sabemos muy bien con quién—, en Bolivia con Paz, y lo que puede estar pasando en Honduras ante la injerencia de Trump, se constituye una reconfiguración del mapa político de la región, con México, Brasil y Uruguay haciendo contrapeso a la consolidación de una deriva de gobiernos con agenda conservadora, cuando no reaccionaria, beneficiada por los aires trumpistas en el mundo. Lula da Silva y Claudia Sheinbaum han entendido el cambio de época y han preservado y afianzado la agenda progresista.
¿Llegará ese giro antiprogresista a Colombia? Hoy podría decirse que ese no parece ser el caso nuestro, pero eso puede cambiar. Si bien el candidato que continuaría las políticas progresistas actualmente encabeza las preferencias electorales, tanto en primera como en segunda vuelta —lo cual tiene con los pelos de punta al establecimiento—, a medida que se decanten algunas candidaturas y se consoliden ciertas alianzas, el panorama podría ser diferente pero no al punto de elegir un extremista. Este sería Abelardo de la Espriella, quien ha logrado recoger el antipetrismo más duro pero que es un candidato débil en segunda vuelta, habida cuenta de su incierta y opaca identidad política. La derecha tradicional lo sabe y por eso anda en búsqueda de una candidatura más institucional. La designación de la senadora Paloma Valencia en el Centro Democrático le da un aire al uribismo de cara a una consulta que logre desplazar a Abelardo y le pueda competir a Cepeda, un escenario similar al de Chile, guardadas las proporciones, entre dos propuestas consideradas extremas. Si la seguridad se sigue deteriorando y hace carrera la idea de que los gobiernos de izquierda no tienen una apuesta creíble para esto, y se abre camino la idea de un ajuste fiscal severo, que un gobierno progresista no haría, la contienda electoral puede ser más disputada.
Los votantes del centro en Chile —que estaban con el candidato Franco Parisi— se decantaron en su mayoría por Kast. En este escenario, el centro político en Colombia parece haber perdido la brújula, decir que no son extremo no parece suficiente, y su agenda tibia e insípida no parece emocionar.
El progresismo que encarna Cepeda tiene que ser más crítico con el gobierno de Petro —Jara no lo hizo con Boric, y miren cómo le fue— y plantear algo más que continuidad, con lo cual solo le habla a su base dura electoral. Si quiere sumar en segunda vuelta —Jara ganó la primera vuelta en Chile—, tiene que plantearse ser más que Petro con moderación y mejores formas, pero la derecha tiene que entender que este gobierno cambió la conversación. La seguridad puede que pese, pero el debate hoy no es recuperación del orden tradicional o catástrofe, como nos quieren hacer creer, sino reformas o preservación de un orden conservador y excluyente.
