El ataque unilateral de Rusia a Ucrania se convirtió en la primera guerra en suelo europeo luego de la Guerra de los Balcanes en la antigua Yugoslavia, un escenario impensable luego de la reorganización geopolítica que surgió como consecuencia de la Guerra Fría, la disolución de la URSS y la caída del muro de Berlín.
Vladimir Putin ha hecho saber su inconformidad sobre el rol que ha correspondido a Rusia en el nuevo orden mundial, lamentando que ha sido reducida a potencia de segundo orden, y tener que soportar el escrutinio de Occidente y la amenaza latente de la OTAN en sus fronteras. La anexión de la península de Crimea en 2014 fue la primera señal de que el presidente ruso estaría dispuesto al uso de la fuerza para recuperar cierta hegemonía; y “la operación militar especial” a Ucrania es la más clara demostración de una nueva política exterior expansionista, ante la incapacidad de Europa y Estados Unidos para impedirlo y evitar que la guerra se extienda a otros países europeos, lo cual pondría al mundo al borde de una catástrofe impensable.
La debilidad de la OTAN de no poder responder de la misma forma en defensa de un país que no es miembro de esa organización de cooperación y asistencia militar, como Ucrania, fue aprovechada por el régimen ruso, ante un liderazgo débil a nivel internacional del presidente Joe Biden, la salida de la escena política de Ángela Merkel y el apoyo silencioso de China, la otra potencia que quiere un rol protagónico en el ajedrez mundial para asegurar sus intereses estratégicos.
La justificación de la invasión es insuficiente y contraria al derecho internacional, como lo fueron la invasión de Afganistán en 2001, en respuesta a los atentados del 11 de septiembre y la idea de desmantelar la red terrorista Al Qaeda; o la intervención militar en Irak en 2003*, liderada por Estados Unidos bajo el pretexto de la existencia de armas de destrucción masiva, lo que dio origen a las llamadas guerras preventivas, libreto que de alguna manera hoy desarrolla Putin con el pretexto de defender a los ciudadanos ucranianos prorrusos en las provincias del Este de Ucrania, las autoproclamadas “repúblicas populares” de Donetsk y Lugansk, ya reconocidas por Moscú.
El despliegue inicial de tropas hacía pensar en una invasión total de Ucrania y el derrocamiento del presidente Zelenski, seguida de la anexión de hecho de ese país a la Federación rusa. Pero la resistencia de las tropas ucranianas, reforzadas con armamento por parte de la OTAN, así como una serie de errores estratégicos de las tropas rusas en terreno, han hecho que Putin reconsidere sus objetivos iniciales; hoy solo piensa en el control de las provincias del este ya señaladas y en un compromiso de Ucrania de desistir de su ingreso a la Organización del Tratado del Atlántico Norte.
Puede que Putin haya ganado en su pretensión de detener el avance de la OTAN hacia sus fronteras y de mostrar los dientes de cara a una futura negociación, pero la reacción de la Unión Europea y de la mayoría de los países del mundo en rechazo a la invasión le harán replantear sus prioridades a futuro, y quizás termine aplicándose la frase maturanesca, pero en sentido inverso, aquella de que ganar es perder un poco, pues las sanciones económicas afectarán la calidad de la vida de los rusos y con esto se verá afectado el liderazgo interno del exagente de la KGB, y entonces una salida del poder ya no se ve tan remota; de otro lado, la exclusión de Rusia de los principales escenarios de decisión internacional, sumado a los procesos que se inicien en la Corte Penal Internacional por la comisión de graves crímenes de guerra, como la ejecución de civiles en la ciudad de Bucha, entre otras atrocidades cometidas por las tropas rusas, terminarán por hacer ver que la operación Ucrania fue un costoso error estratégico.
Putin no sabía como ganar esta guerra. Una retirada o la consecución de objetivos por debajo de las expectativas será leído como una derrota. Estados Unidos perdió la guerra en Afganistán después de veinte años, Rusia la perderá en menos tiempo y seguramente con mayores costos para sus propios intereses, de lo cual en Pekín celebran con una sonrisa socarrona.
*Fe de errores. En la primera versión publicada de esta columna se escribió Irán en vez de Irak, por una mera confusión tipográfica. El error fue corregido el 21 de abril.