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El experimento de un consejo de ministros en vivo no salió bien. Era una apuesta arriesgada e interesante en términos de transparencia y de plantear un escenario de menor opacidad y franqueza para debatir temas de interés nacional y hacer un corte de cuentas a los resultados del gobierno.
Pero poco a poco se fue transformando en una especie de reality show, sin metodología distinta de una serie de reproches del presidente Petro a ministros y otros funcionarios por no estar presentes, por llegar tarde, por no entender la naturaleza revolucionaria del gobierno del cambio. Una reunión que estaba pensada para discutir los temas que deberían estar en los decretos de excepción para el Catatumbo se fue transformando en un espacio para sacarse los trapos al sol en vivo y en directo y en horario triple A.
El punto de la discordia fue el nombramiento de Armando Benedetti como jefe de despacho de la presidencia, un desafío que los ministros que representan al Pacto Histórico no aceptaron. Fue la vicepresidenta Francia Márquez quien manifestó inicialmente su inconformidad, tanto con Benedetti como con Laura Sarabia, y al hecho de sentirse relegada por el presidente. Su legitimidad política al haber sido elegida junto al presidente, y haberse ganado con votos el espacio político que hoy ocupa, dio pie para que otras ministras y ministros expresaran su inconformidad con estos dos nombres, por no representar el proyecto político del que hacen parte.
La réplica del presidente fue muy pobre, tanto que no vale la pena replicarla. Queda claro que son más importantes las razones personales para sostener a Benedetti que el presente y el futuro de un proyecto progresista que lo llevó a la presidencia. Pero él se siente en otro lado, se lo dijo a Alexander López cuando le recordó que no hacían parte del mismo proyecto. La comparación con Jaime Bateman pasó al ámbito de la caricatura. La respuesta al feminismo, desafortunada.
Puede decirse que Gustavo Petro logró un impacto de opinión que le permite recuperar el control de la agenda mediática y tomar fuerza para renovar la agenda política, que muchos lo verán como un ejercicio de transparencia y de cercanía con el pueblo, esa imagen mítica a la que siempre acude, y que fue la piedra de toque de su reclamo inicial, al señalar a sus ministros el incumplimiento de su gobierno con los compromisos adquiridos en los diálogos regionales.
Pero el gobierno que fue elegido como una amplia coalición de matices de centro izquierda ha terminado, no así el gobierno de Gustavo Petro, que tendrá que recomponer un gabinete fracturado, que se mira con desconfianza y que vio cómo su jefe los expuso ante el país y luego pretendió lavarse las manos, como si todo no empezara con su liderazgo caótico, su falta de claridad entre lo que es un enunciado de política y una política pública, en la falta de interés por implementar mecanismos de seguimiento y control, en hacer de la retórica el principal recurso de gobierno.
Es incomprensible que Gustavo Petro haya preferido un operador político como Benedetti a recomponer el gobierno reafirmando los apoyos políticos de la izquierda. Todo indica que se tiene la fe y la confianza para creer que puede seguir adelante solo, con los más leales, los más obsecuentes, los incondicionales, aquellos dispuestos a correr la línea ética y política por fines que consideran superiores. No es solo la implosión de un gobierno, también lo es la de un proyecto político.
