Estuvo Francis Fukuyama en Colombia invitado por la Universidad Javeriana y dejó planteadas varias discusiones, algunas de las cuales quiero retomar en esta oportunidad.
Una de las más controvertidas afirmaciones de Fukuyama en su visita, es la de que la mayor amenaza que enfrenta el liberalismo en América latina viene de la izquierda progresista. Según el profesor de Harvard, el liberalismo tiene tres grandes enemigos: el neoliberalismo descarriado, la derecha nacionalista y la izquierda populista.
Creo que Fukuyama confunde los riesgos de la democracia con los del liberalismo. El liberalismo descarriado, lo que puede ser un régimen político que privilegia los mecanismos de mercado a la hora de asignar bienes públicos, lo que se conoce como neoliberalismo, no afecta al liberalismo en su dimensión económica. Por el contrario, lo refuerza y legitima. La derecha nacionalista, en cambio, sí afecta a los principios básicos del liberalismo, pero en América Latina sigue siendo un fenómeno marginal, a diferencia de Europa donde ha venido creciendo, impulsado por la crisis migratoria, el rechazo a los derechos de las minorías, las demandas identitarias, el avance en los derechos de las mujeres, las cuestiones de género y el alcance de los beneficios del Estado de bienestar. Esta derecha nacionalista, a diferencia de las anteriores que se dieron en la segunda mitad del siglo XX, ha empezado a tener avances políticos y electorales importantes, y ya hacen parte del escenario político, encabezando gobiernos, como en Hungría o Polonia, o haciendo parte de coaliciones gobernantes, como en Italia o Suecia, abriendo camino a su agenda claramente antiliberal.
En América Latina, la derecha más radical, la cual difícilmente se reconoce como nacionalista, tiene vasos comunicantes, muy frágiles con movimientos como Vox en España, para promover el antiglobalismo, el rechazo a los derechos de las minorías y las demandas identitarias, minimizar el problema de la desigualdad y sobredimensionar las demandas de seguridad para promover giros autoritarios con graves restricciones a las libertades. Bukele en El Salvador sería el modelo a seguir, pero parece que este riesgo –tanto al liberalismo como a la democracia– se le escapó a Fukuyama en su lectura del continente. En el libro que vino a presentar, El Liberalismo y sus desencantos, advierte que alguien como Trump –un referente de la derecha extrema en América latina– constituye el tipo de líder que es elegido democráticamente y se dedica a atacar las instituciones liberales.
El tercer enemigo del liberalismo es la izquierda populista, según Fukuyama: “la izquierda propone soluciones aparentemente fáciles a problemas muy complejos y utiliza la frustración de los ciudadanos como motor de su avance”, y luego señala que la izquierda progresista ha optado por el populismo, pensando seguramente en casos como Chile, Bolivia, Perú, Colombia y Honduras, donde se han dado triunfos recientes de gobiernos progresistas, pero que están lejos de ser considerados populistas. En México y Argentina podría hablarse de gobiernos con rasgos populistas, por la tradición del peronismo en el caso argentino, y el estilo de gobierno de López Obrador en el caso mexicano. Las políticas económicas de ambos países, que Fukuyama debe considerar antiliberales, están lejos de ser un riesgo para el liberalismo como régimen político y social. En esa lógica, Milei le debe parecer un liberal clásico.
Convenientemente no habla del Brasil de Bolsonaro, un populista nacionalista que puso en riesgo la democracia en Brasil, y tampoco se refiere al golpe de Estado en Bolivia en 2019, el cual terminó impulsando la derecha ante un rompimiento de las reglas de continuidad en el poder por parte de Evo Morales, o de la insurrección institucional de la derecha en Perú ante un fallido autogolpe de Castillo. Olvidos que debilitan su lectura de la realidad política. A ambos espectros del lado político hay aventureros contra las instituciones democráticas.
En este panorama, Venezuela y Nicaragua constituyen gobiernos de izquierda revolucionaria que han derivado en regímenes autoritarios antiliberales, pero están lejos de ser un riesgo como modelo a seguir, y no pueden ser usados como ejemplo para avalar la tesis de Fukuyama.
Así que no, señor Fukuyama, el liberalismo descarriado ya hizo el daño que tenía que hacer en América Latina, debilitando al Estado y trasladando el descontento social a la democracia, de eso se alimentan, tanto la derecha antiliberal como la izquierda progresista y, claramente, como lo indican los hechos, la primera constituye una amenaza más evidente para la democracia, el liberalismo más allá de lo económico, y el Estado de derecho.