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Mario Vargas Llosa declaró recientemente que si tuviera que escoger entre Lula Da Silva y Bolsonaro para las próximas elecciones presidenciales en Brasil, preferiría, sin dudarlo, al actual presidente sobre el expresidente y líder sindical. En una charla que dio en Montevideo, declaró: “El caso de Bolsonaro es muy difícil. Las payasadas de Bolsonaro son muy difíciles de admitir para un liberal. Ahora, entre Bolsonaro y Lula, yo prefiero a Bolsonaro. Con las payasadas de Bolsonaro, no es Lula”. Igualmente, en relación con Perú, en las pasadas elecciones prefirió apoyar a Keiko Fujimori, la hija de quien el escritor ha considerado un dictador y criminal de lesa humanidad. Claro, el desastre de la presidencia de Pedro Castillo, le darían la razón al autor de La ciudad y los perros.
Que un hombre culto, de formación cosmopolita, quien se autodefine como liberal, prefiera a un exmilitar que validó y legitimó un golpe de Estado, negacionista del Covid-19 —cuya postura permitió que miles de personas murieran en Brasil—, y de la crisis climática, con un desempeño más que dudoso en protección y garantías de derechos humanos durante su mandato, sobre Lula Da Silva, refleja muy bien la postura de los liberales de derecha, quienes defienden las libertades económicas a raja tabla sin preocuparse por el desempeño del gobierno en la protección y garantías de otros valores democráticos y del bienestar social, especialmente de los más vulnerables. Mientras se garantice el libre mercado, todo va bien.
El escritor peruano señala que Lula estuvo preso por corrupción, y por esta razón prefiere a Bolsonaro, pero olvida que el entorno familiar del presidente, específicamente su hijo Flavio, actual senador, tiene serios cuestionamientos por apropiarse de recursos públicos, y lo mismo sucede con la hija de Fujimori, quien estuvo en prisión entre 2018 y 2020 por haber recibido fondos de Odebrecht para su campaña en 2011. Digamos las cosas como son: a Vargas Llosa no le gusta Lulla por ser de izquierda, y prefiere apoyar a un candidato que amenaza mucho más su credo liberal de lo que lo haría un tercer mandato del líder del PT.
Algo similar sucede en Colombia. Guardadas las proporciones de importancia literaria y talento con Héctor Abad, un escritor que se define como liberal —y seguramente lo es—, que ha dedicado buena parte de su prosa cansada a defenestrar a Gustavo Petro, con comparaciones tan absurdas y básicas como llamarlo el Putin colombiano. Que el establecimiento se dedique a satanizar al candidato de la izquierda es apenas comprensible, pero que un escritor con formación cultural avanzada compre los temores en los que cree esa derecha más hirsuta es increíble. Seguramente, si a segunda vuelta pasan Petro y Gutiérrez, se inclinará por el segundo —para evitar un triunfo del primero—, o se decantará por el cómodo voto en blanco, como lo hizo en 2018 por las siguientes razones expresadas en su cuenta de Twitter: “El voto en blanco no es un voto neutral. Es el voto de quienes no quieren ser cómplices de ningún desastre. Si uno está convencido de que Duque o Petro serán un desastre, la obligación es no apoyar ningún desastre”. Así son los escritores liberales de derecha, con tal de que no gane el candidato de la izquierda, se amparan en su credo liberal para justificar la continuidad de los desastrosos gobiernos de derecha. Son los escritores que le sirven al establecimiento.
Afortunadamente hay escritores que entienden lo que está en juego en este momento en Colombia, como Juan Gabriel Vásquez o Juan Carlos Botero, que con todas las reservas razonables que puedan tener sobre Petro entienden que no es posible más la continuidad en el poder de un proyecto político fallido y generador de múltiples violencias y desajustes institucionales riesgosos para la preservación de la democracia.
