Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Sobre la propuesta de cambio por la cual fue elegido Gustavo Petro, ha habido un problema de expectativas que ha limitado la materialización del mismo y que puede terminar en una enorme frustración para la sociedad colombiana.
En primer lugar, un sector importante del establecimiento sobreestimó la posibilidad de que Petro se transformara en un ogro autoritario tipo Ortega o Maduro. El fantasma del castrochavismo sigue movilizando pasiones y ante ese improbable escenario decidieron prender todas las alarmas para impedirlo. Un presidente de izquierda en un país con poca tradición en alternancia democrática es una anomalía con la que prefirieron no correr riesgos. Pero el presidente ha respetado las instituciones y ese sector entendió la importancia de los sistemas de frenos y contrapesos en una democracia, un tema que antes les parecía de menor trascendencia, cuando estaban en ejercicio del poder.
El Gobierno subestimó la reacción de dicho establecimiento, creyó que, por el simple hecho de haberlos derrotado en unas elecciones reñidas, sus propuestas de reforma iban a ser aprobadas automáticamente en el Congreso, eludiendo la negociación política. La visión pragmática y de concertación de la primera parte fue dando paso a una más ideológica y confrontacional. Mientras el presidente entendió la naturaleza transaccional del régimen político, logró que fuera aprobada una reforma tributaria importante y un Plan de Desarrollo que debería ser la hoja de ruta en lo que resta del período. Por el camino dejó buenos ministros y uno que otro que parecía más en un reality que en un gobierno. Lean su libro. También es cierto que se han cometido muchos errores propios, por inexperiencia e impericia, y estallaron temas que han afectado la idea de probidad del Gobierno. Lo del hijo del presidente es un golpe duro a la imagen de quien dijo querer hacer las cosas de otra manera.
Esto nos pone en un punto inédito, una suerte de empate negativo entre el establecimiento y el Gobierno de izquierda: usted termina su período como pueda, sin hacer reformas de fondo, lo dejamos políticamente débil y les cerramos la puerta a futuros gobiernos progresistas por un buen tiempo. Se le permite hacer un ajuste aquí, otro allá, eso sí, mientras la economía dé buenas señales y los inversionistas estén tranquilos; podemos hablar de equidad social y de crisis climática, mientras pasamos este trago amargo.
Por su parte, el Gobierno parece haber asumido que no puede ir más allá de lo que el establecimiento político le plantee. Mientras insiste en presentar las reformas sociales, pierde mayorías en el Congreso y consistencia y coherencia en la acción gubernamental. Considera, a la vieja usanza, que gobernar es pasar leyes, donde se gasta capital político, en lugar de optar por armar un equipo de trabajo sólido alrededor de la Presidencia y designar ministros que entiendan bien la cosa pública y, a su vez, se rodeen de buenos equipos técnicos para transformar los lineamientos del Plan de Desarrollo en políticas, programas y proyectos, con buenas baterías de indicadores que permitan medir el impacto una vez termine el período.
Si la negociación en el Congreso va a estar difícil en el segundo año, con directivas cercanas pero hostiles —Name ya anunció operación tortuga en los debates—, no me quiero imaginar lo que será en el tercer y cuarto año cuando corresponda a partidos por fuera de la coalición. Salvo que sea estrictamente necesario, como diría el taxista, por allá no iría. De aprobarse algunas de las reformas, corresponderá a la próxima administración su implementación, así que lo mejor es dejarlas bien diseñadas, con viabilidad económica y desarrollo institucional asegurado.
El Gobierno no se va a caer, el Congreso no va a ser cerrado, las cortes no serán cooptadas, los medios no serán confiscados. No seremos el país más equitativo del mundo, ni el más incluyente, ni el más próspero cuando este mandato acabe.
Pero es necesario entender que la democracia permite llegar a puntos mínimos de acuerdo para seguir avanzando como sociedad. Si el establecimiento no le concede una, el descontento social estará allí cuando despierte, como en el cuento del dinosaurio de Augusto Monterroso.
@cuervoji
