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Este domingo se vota para autoridades locales. Unas elecciones que se mueven en una lógica diferente a las elecciones nacionales, razón por la cual es equivocado decir que se trata de una especie de plebiscito en contra del gobierno nacional, aunque mucha gente sí votará con el sentimiento de rechazar las políticas del gobierno de Gustavo Petro.
Pero lo cierto es que en cada departamento y en cada municipio se juegan otras cosas, en un escenario de poca renovación en los liderazgos políticos y de reciclajes de clanes que han hecho de continuar en el poder su modelo de negocio. La reelección entre períodos, la explosión de partidos políticos y la flexibilidad al momento de otorgar avales ha hecho que de la política local se apoderen clanes que se reciclan cada cuatro años en familiares o funcionarios de los gobiernos. En Barranquilla, por ejemplo, vuelve Álex Char luego de Pumarejo, quien lo había sucedido, y este a Elsa Noguera, hoy gobernadora saliente y probable candidata a la próxima alcaldía. Todos miembros del mismo grupo político. Esta rotación sucesiva afecta la alternatividad, rasgo esencial de la democracia. Pero igual pasa en el Magdalena con Caicedo y su grupo, o en Tolima con el clan Jaramillo, o en el Quindío, con un clan político de dudosa reputación, que va de partido en partido, de gobierno en gobierno, con el único objetivo de ir por la contratación estatal.
Al Pacto Histórico le irá mal, no porque al gobierno nacional no le esté yendo bien, sino porque no hubo una estrategia política para competir en estas elecciones, lo que deja la duda de si el Pacto tiene un proyecto político más allá de Gustavo Petro. Su candidato más visible, Gustavo Bolívar en Bogotá, llega casi por descarte, porque había que competir, pero no refleja un proyecto con una visión moderna de la gobernanza de las ciudades, como debería corresponder a una izquierda progresista. En otras partes, el Pacto simplemente no compite. Cuando veamos el nuevo mapa electoral, no estará en gobernaciones, ni en alcaldías de grandes ciudades, y mucho menos en pequeños municipios, fortín preferido de los partidos tradicionales. La izquierda tiene que pensarse políticamente como proyecto, porque la ventana de oportunidad que se abrió con Gustavo Petro parece estar cerrándose.
En Bogotá, todo indica que nace una nueva oportunidad para el centro político, eso sí, de la mano de las viejas estructuras políticas que acompañan a Galán en la sombra y sin las cuales es muy difícil un triunfo. El gobierno nacional interfiriendo en las elecciones, dando señales de favorecer a su candidato, la alcaldesa se defiende haciendo lo propio, y en ese pulso político, el metro en veremos. En Medellín, el regreso de Federico Gutiérrez y la derrota del quinterismo ha sido planteado como un punto de honor y una oportunidad para que el uribismo se recicle en sus estertores. Cali, la ciudad del estallido social, se debate entre el voto de clase: pueblo versus oligarquía. Una ciudad fracturada en la cual sus políticos fueron incapaces de construir una narrativa de reconciliación y de inclusión. Un zorro empresario sin la suficiente preparación para gobernar les puede ganar la partida.
Volvió la violencia como telón de fondo de las elecciones: candidatos amenazados y algunos asesinados. La política de paz total no contribuyó a que se redujera la violencia en varios municipios porque los actores armados también tienen su apuesta, y el gobierno nacional ha sido negligente con ello.
El Consejo Nacional Electoral se convirtió en un actor político más, revocando o avalando candidaturas. Esto nos lleva a un escenario de candidatos inhabilitados que aparecerán en el tarjetón y sobre el cual se armará un lío de la madonna si alguno de ellos obtiene el triunfo. El Registrador nos ha recordado su proverbial incompetencia.
Estas elecciones locales nos recuerdan que, a veces, por el lado de la política, Colombia no avanza, que seguimos rehenes de los clanes y que como sociedad hemos renunciado a entender la democracia como un sistema de competencia para elegir bienestar.
