En estas elecciones se plantean tres visiones del cambio social: una que busca cambiar algunas cosas para que todo siga igual, otra que pretende algunos ajustes institucionales necesarios para un cambio gradual e incremental y una propuesta de cambio extremo, imagen disruptiva que ha despertado los mayores temores del establecimiento.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
La primera visión es la que representa el proyecto político que encontró en Federico Gutiérrez, un desaliñado intérprete que repite eslóganes sin entender el fondo del asunto de lo que su candidatura representa: la preservación de un orden que es funcional a muchos, y cuyo rechazo llevó a las protestas sociales que fueron enfrentadas sin cambios, pero sí con represión excesiva y diplomacia internacional. En esta propuesta no habrá un discurso radical contra el Acuerdo de Paz —ya no es rentable políticamente —, pero no se pueden esperar mayores desarrollos del punto uno del mismo, relacionado con desarrollo rural integral, ni una nueva visión de lucha contra las drogas — insistirán en la fumigación —; no habrá una nueva concepción de la seguridad nacional y ciudadana como no sea el fortalecimiento del aparato represivo del Estado, y claro tendrán que hacerlo para enfrentar de nuevo el descontento social que vendrá. La muerte de un líder social en la periferia, o una acción militar inútil desde el punto de vista estratégico, que termina en masacre, son anécdotas más, que no conmueven ni invita a una reflexión sobre un cambio de estrategia en un escenario de posacuerdo. En las grandes ciudades no cuentan los muertos de la periferia, y Gutiérrez refleja bien ese sentimiento que se resume en que la gente pueda trabajar tranquila y no reclame tanto.
La segunda visión recoge al llamado centro político en la desganada figura de Sergio Fajardo, una propuesta de cambio como de manual de organismo internacional, construida sobre la base de una reflexión académica que tiene demasiada fe en el cambio institucional como fundamento de una mejor sociedad. Muy institucionalista, muy de receta que parte por no reconocer los profundos desajustes de desigualdad y exclusión que se han producido en el marco del mismo modelo económico y político del que se nutren sus fantasías de revolución institucional. Esto gusta en la academia y en todos aquellos que consideran que se puede mejorar, pero paso a paso, Y mientras se dan las condiciones para el cambio, bienvenidas más transferencias monetarias para los pobres. Pero es una propuesta que no va al fondo del asunto: el desajuste entre la realidad social y el diseño institucional, o como diría un constitucionalista, un desajuste entre la parte dogmática de la Constitución — una sociedad más equitativa próspera y con derechos garantizados — y la parte orgánica, unas instituciones políticas disfuncionales y una estructura económica incapaz de financiar ese ideal lejano de Estado de Bienestar.
La tercera visión la representa el proyecto político del Pacto Histórico en cabeza de Gustavo Petro, quien ha logrado aglutinar diferentes manifestaciones de la izquierda, quizás la más ideológica de las visiones en contienda y la que mejor ha interpretado la idea de un cambio a fondo, lo que sea que esto signifique. Podría decirse que esta propuesta recoge lo que de alguna manera historiadores como Marco Palacio han llamado la frustración populista que ha tenido Colombia, en el sentido del acceso al poder de una figura en la que logren sentirse identificados los sectores populares, empobrecidos y excluidos de la sociedad. El cambio que dice representar Petro lo ha mantenido de manera consistente punteando en las encuestas, con el horizonte de enfrentar en segunda vuelta una alianza política de las otras dos propuestas. Si se mira bien, en la idea de cambio que propone esta alternativa, hay más retórica que posibilidades de realización, sin olvidar que las reformas estructurales que materializarían ese cambio tendrán que ser discutidas en un Congreso que no domina, abriéndose así la puerta para un escenario de democracia plebiscitaria, conociendo los antecedentes del candidato, que es un riesgo no menor. Pero cambio es cambio dirán muchos, y cualquier cosa es mejor a lo que hay, dirán otros.
Coletilla. En la anterior columna se fue un gazapo imperdonable, se dijo la intervención militar en Irán en 2003, cuando en realidad se trataba de la invasión militar de los Estados Unidos a Irak. A falta de corrección editorial, buenos son los lectores acuciosos.