Ante la posibilidad real de un triunfo de Gustavo Petro en las elecciones para Presidencia de la República, muchos se preguntan si Colombia está preparada para un gobierno de izquierda. Mi respuesta es sí, y a continuación explico las razones.
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El gran miedo a un gobierno de izquierda en Colombia estuvo asociado a la existencia de un conflicto armado interno, y al hecho de que pudiera ser utilizado como vía para la toma del poder por parte de la izquierda más radical. Desde los años 80 del siglo pasado, el Estado buscó salidas negociadas a un conflicto que se extendió más allá de lo esperado, precisamente para desactivar esta posibilidad. Petro viene de uno de esos procesos de negociación con el M-19, el cual ambientó, junto a otras circunstancias políticas, el origen de la Constitución de 1991.
El Acuerdo de Paz con las Farc erradica definitivamente este fantasma de la toma del poder, recurso que fue usado como dispositivo para impedir el crecimiento de una izquierda democrática con vocación de poder, y de esa manera promover la verdadera alternancia, no la que se produce con cambios de gobierno en el mismo espectro político, ese que va del centro a la derecha. La persistencia de otros grupos armados, incluyendo al Eln sigue siendo un grave problema de seguridad, pero no una amenaza de desestabilización.
El otro argumento es la fortaleza institucional de Colombia, contenida en la Constitución de la que el M-19 con otras fuerzas políticas ayudaron a concebir, pero que se sustenta en una larga tradición de funcionamiento institucional en medio de grandes dificultades. Una rama judicial autónoma e independiente, incluyendo una Corte Constitucional que se ha erigido como guardiana del orden constitucional y de la defensa de los derechos de los ciudadanos; un Congreso que sabrá hacer un adecuado control político, dada su nueva y heterogénea composición —lo cual obligará al gobierno a negociar sus iniciativas; unos medios de comunicación que seguramente recuperarán su independencia y su función de veedores del poder— luego de esa connivencia dañina de algunos de ellos con el poder-; y una descentralización regional que distribuye el poder y es un contrapeso adicional para evitar abusos desde el Ejecutivo, otro de los temores que se tiene con gobiernos de izquierda, como sucede con Venezuela y Nicaragua.
Ahora, Colombia no solo está preparada para un gobierno de izquierda, sino que le haría bien, para ampliar más la democracia, una de las apuestas de la Constitución de 1991 que se ha ido desdibujando con los malabares de los partidos políticos que abandonaron su función de imaginarse una nueva sociedad, por la pura y dura conservación del poder. Miren el caso del liberalismo de César Gaviria jugando a meterse como sea en la distribución de la torta y olvidando el ideario del partido que tanto ha contribuido al desarrollo social del país.
En lo nacional, Colombia nunca ha sido gobernado por la izquierda, los pocos gobiernos progresistas se cuentan con los dedos de la mano y son del mismo establecimiento político, lo cual ha producido una frustración, no solo por la insuficiencia de las políticas de esos gobiernos para enfrentar los problemas sociales —las cifras sobre pobreza y desigualdad siguen siendo alarmantes, sino también por la sensación creciente de exclusión de la mayoría de los beneficios del modelo imperante, sentimiento que ha estado en el fondo de las protestas sociales y seguirá ahondándose. Justamente, la esperanza de que un gobierno de Petro pueda hacer esos cambios, es lo que le da esa posibilidad real de triunfo.
Ahora, un gobierno de izquierda tendrá que demostrar su capacidad de transformar sus iniciativas en leyes y políticas públicas, y ahí radica el principal problema: ante tantas expectativas de cambio no logradas, se puede instalar rápidamente una frustración que puede llevar a Petro a iniciar un incierto recorrido por la democracia plebiscitaria, como trató de hacerlo en Bogotá, cuando encontró resistencia a sus propuestas.
Tendrá que rodearse bien, tener capacidad de negociación con los partidos políticos, diálogo social y liderazgo dentro del Estado, que es diferente al de la plaza pública. Si le va bien, es una buena noticia para todos, si no logra cuajar un buen gobierno, los problemas seguirán en la agenda pública y esto llevará a un reagrupamiento que permitirá nuevas opciones, como es apenas natural en una democracia, pero el país también está preparado para sobrevivir a malos gobiernos, si no miren como se sobrevivió al de Iván Duque.