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Si algún analista político llegara a Colombia y viera el estado de cosas actuales, y leyera y escuchara a diversos columnistas y analistas, o se fijara en los discursos de los precandidatos del Centro Democrático, o en algunos de los de la llamada franja de centro, concluiría que todos los males de Colombia se deben a la izquierda liderada por Gustavo Petro, y que la forma de salir de esta situación es impidiendo que él ganara las elecciones.
Se preguntaría ese analista cuántos años lleva la izquierda en el poder para atribuirle tamaña responsabilidad, y por qué es tan catastrófico que lo continúe ejerciendo. Si le decimos que quien ha gobernado siempre es la derecha -en sus diferentes versiones- o que la izquierda ha logrado algunos gobiernos locales que no han dejado huella institucional o política alguna, seguramente no lo creería; además, nos costaría explicarle cómo es que el mismo partido de gobierno propone salvar al país de la ineficacia del presidente que impuso su líder natural, diciendo que lo peor que puede pasar es el triunfo de la izquierda y no la continuidad del populismo, a lo Vox, que encarna su partido. No en vano tres de sus senadoras suscribieron la llamada Carta de Madrid.
Por otra parte, son cada vez más los empresarios que sentencian que si Petro gana las elecciones al otro día se van del país. Este movimiento lo encabeza el empresario Mario Hernández, quien seguramente se iría para China, donde manufactura buena parte de sus productos. Desde esa potencia comunista seguirá apoyando la industria nacional. Esto lo que deja ver es una pobre cultura política de parte de los empresarios, que desconocen la historia y fortaleza institucional de Colombia, que impediría “volvernos Venezuela”, una proclama en la que ya nadie cree, pero que sirve para hacer campaña. Al Consejo Gremial le vendría bien pensar en unos talleres básicos de educación política a sus asociados porque de cumplirse la profecía, se quedaría sin afiliados.
Supongamos entonces que logran neutralizar a Petro de cara al 2022 – aquí uso el verbo en todas sus posibles acepciones-. La pregunta es: ¿qué proponen los candidatos diferente de asegurar que con Petro “no se toman ni un café” o “que nunca se sentarían a conversar con él”. Hoy el debate se reduce a decir: mírenme, no soy Petro, no soy como Petro, no polarizo, no hablo de desigualdades estructurales, no hablo de un modelo económico menos extractivista, no ando con plata en chuspas ni me asocio con Roy y Armandito; soy mejor que eso, así no tenga claro qué haré cuando gane y cómo canalizaré el descontento social que se reflejó en el estallido social, el cual Petro ha sabido capitalizar, a pesar de que hasta lo responsabilizan de eso, atribuyéndole un poder que no tiene.
Ahora bien, las nuevas alianzas de Petro, bajo la premisa de que todo vale para derrotar al uribismo, sus propuestas ambiguas y gaseosas -que ratifican que es más de buenas ideas que de realizaciones – nos dejan en un escenario muy complejo. Este demuestra que a los políticos colombianos lo que les gusta es la política –el verso- pero poco el gobierno y las políticas públicas. Por eso, cuando alguien es elegido no sabe qué hacer, y todos nos ponemos a pensar en quien será su sucesor. Hay que decir que con Duque fue especialmente rápido ese ejercicio.
Coletilla. Los Rolling Stones, que hicieron de su carrera una apuesta contra la corrección política, deciden retirar de su repertorio de conciertos la canción Brown Sugar por alguna referencia velada sobre sexo y esclavitud. Un análisis detallado de producción musical a la luz de las nuevas sensibilidades obligaría a engavetar buena parte de sus canciones. Escuchar Sister Morphine se convertirá en un acto subversivo dentro de poco, querida Marianne. Es un mundo raro el que vivimos.
