Se viven tiempos de confusión y tensión institucional y política. Por ello es necesario poner un poco de agua fría a la situación y calmar los ánimos, de manera que se puedan tramitar los conflictos y las desavenencias en el marco de las reglas de juego institucionales y discursivas.
El gobierno no ha cumplido ni un año y ya parece no tener la fuerza necesaria para hacer aprobar sus principales reformas e iniciativas en el Congreso, y así cumplir con sus promesas de cambio por el cual fue elegido. No solo se desbarató la coalición política que lo sustentaba, sino que también el liderazgo errático del presidente como jefe de gobierno no contribuye con la situación. Un presidente debe orientar las políticas, dar línea para avanzar en ese mar de dificultades que implica gobernar un país con las complejidades como Colombia. No se advierte direccionamiento estratégico, sin lo cual es difícil avanzar. El galimatías de la paz total solo es un ejemplo de ello.
Para hacer frente a esto, el presidente ha optado por la confrontación vía Twitter, respondiéndole a cuanto pobre diablo le escribe, gastando recursos simbólicos y comunicativos que bien pudiera utilizar para reconducir el barco en medio de la tormenta y no para arengar en estribor mientras este pierde el rumbo. Los señalamientos directos a periodistas pueden tener consecuencias impredecibles, y el presidente debe tener claro que su palabra pesa en medio de un clima de opinión crispado.
Del otro lado, se ha encontrado a un fiscal que se ha tomado demasiado en serio su rol de opositor al gobierno, quien con sus declaraciones destempladas y fuera de tono, suele moverse más allá de sus funciones constitucionales y legales. Si está en trance de construir una imagen política hacia el futuro próximo, debería considerar su renuncia para no hacer daño a la integridad e independencia de una entidad fundamental como lo es la Fiscalía.
Los medios no deben propiciar polémicas por fuera de los temas institucionales, no azuzar a los comprometidos en discusiones en busca de ese adjetivo que se transforma en titular y en clickbait. Un comunicador no puede permitir que un alto funcionario del Estado –como hizo el fiscal– se refiera al presidente de la república como ‘ese tipo’, es necesario interpelarlo, no permitírselo y conminarlo a que se remita al lenguaje institucional.
No se trata de buscar siempre el consenso y de no dar los debates que haya que dar. De hecho, una de las cosas buenas de este gobierno es que ha puesto sobre la mesa temas que antes estaban vedados en la discusión pública: la desigualdad, la exclusión, el racismo, la violencia paraestatal, el rol de los medios ante un gobierno que no representa al establecimiento tradicional, de lo que no se hablaba o se hacía en la asepsia del lenguaje técnico y la condescendencia habitual de la dirigencia política y la tecnocracia.
Los debates se pueden dar sin violencia verbal, sin anteponer los egos a las responsabilidades institucionales, pensando en que el paso por los cargos públicos es efímero, que la cultura democrática se construye todos los días.
Muchos le están apostado al fracaso del gobierno y, aunque parezca raro, es un resultado posible en una democracia. A lo que no le pueden apostar, unos y otros, es a hacer imposible la convivencia política.
@cuervoji