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El Estado como un botín

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Jorge Iván Cuervo R.
25 de abril de 2014 - 03:51 a. m.
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Para decirlo en palabras sencillas, si algo justifica la existencia del Estado moderno es la capacidad que tiene de transformar las demandas sociales en políticas públicas, para lo cual, el sistema político es una pieza fundamental.

Esta idea sencilla pero poderosa, está en la base de la justificación de los gobiernos democráticos porque se supone que todo el aparato institucional se articula en función de hacer posible ese postulado.

Es en el contexto de la consolidación del Estado de Bienestar, en la posguerra, que esta idea llega a su máximo esplendor, en una combinación de políticas económicas keynesianas, partidos políticos fuertes y una adecuada intervención del Estado para asegurar unos bienes públicos básicos: seguridad, justicia, estabilidad macro económica y políticas sociales fuertes orientadas a elevar el bienestar de los ciudadanos con tasas de crecimiento moderadas pero consistentes, tanto en los países industrializados como en América latina.

El modelo hace crisis a finales de la década de los 70 del siglo pasado, y como consecuencia de ello ingresa en la agenda toda la retórica anti estatal de las políticas neoliberales que hizo del mercado la fuente de legitimación de las relaciones sociales y el único mecanismo de asignación de recursos. El Estado debía facilitar el funcionamiento del mercado y las demandas sociales debían tramitarse en esta lógica.

Colombia tardó en adoptar el credo neoliberal, y si bien su implementación se logró en muchos sectores, tuvo que adaptarse a las exigencias del Estado social de la Constitución de 1991 y hacer frente a la transformación de esas demandas sociales en derechos, fenómeno que algunos economistas demonizan como populismo constitucional.

La crisis de representación que antecede a la Constitución de 1991 no se ha resuelto, toda vez que buena parte del sistema político se disocia de la representación social que le da fundamento y termina apoderándose del Estado para la defensa de intereses particulares, bien sea de la mano de redes clientelares y de los carteles de la contratación, e incluso en alianzas estratégicas con organizaciones criminales, tal y como sucedió en los tiempos de la parapolítica y sigue sucediendo con menos ruido pero mayor eficacia.

El Estado y sus políticas públicas no representan al ciudadano – por eso la política social la dicta la Corte Constitucional-  porque entre éste y aquel se han consolidado una suerte de poderes intermedios de toda índole – en el sector salud se ve con especial crudeza-, cuyo funcionamiento en el nivel más micro fue descrito con precisión por parte del portal digital La Silla Vacía  http://lasillavacia.com/historia/santos-su-nono-y-su-musa-46982 , escenario tras del cual se reparte la llamada mermelada, que no es otra cosa que el combustible de la corrupción y la disolución del Estado como proveedor de bienes públicos.

Santos, un presidente que se percibe como un reformador liberal, ha quedado preso de este sistema y su reelección está garantizada en el funcionamiento de esa maquinaria, donde hay musas, ñoños, gatas, varones, kikos y otros ejemplares que usurpan el vínculo representativo en defensa de intereses privados.

No basta la superación del conflicto armado para asegurar una senda de desarrollo con equidad. Más urgente es la recuperación del Estado de los poderes fácticos, y si bien Santos parece tener todas consigo para lo primero, todo indica que no está dispuesto a darse la pela en lo segundo, no sabemos si por resignación, falta de entendimiento o simple complicidad.

@cuervoji

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