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ESCRIBIR SOBRE EL CONFLICTO EN el Medio Oriente sin ser señalado de antisemita o de sionista, es casi un imposible.
Si se critica el desproporcionado uso de la fuerza por parte de Israel, se está en favor de la causa palestina. Si por el contrario se cuestiona la actitud de Hamas de usar cohetes contra territorio israelí, como el detonante de esta crisis, se está del lado de la causa israelí. Pero si a renglón seguido se sostiene que la actitud de Hamas se explica como respuesta al bloqueo económico de Israel sobre los territorios ocupados, lo que ha producido una grave crisis humanitaria, otra vez se cae en la línea antisemita, y en el círculo vicioso de tratar de argumentar quién tiene la razón y quién tiene más derecho de hacer lo que cada uno cree mejor para su pueblo.
Israelíes y palestinos jamás se podrán poner de acuerdo sobre quién tiene más derecho a estar en esos territorios. Ambos tienen argumentos históricos, religiosos e institucionales, y quienes observamos esta tragedia política y ética de la humanidad, nos quedamos cortos para otorgar más legitimidad a uno u otro extremo, sin caer de nuevo en la antinomia de la confrontación.
Pero hay algo que diferencia la crisis del Medio Oriente en el último tiempo, y que explica en parte la incapacidad que tiene la comunidad internacional, en especial Naciones Unidas, de condenar los ataques, lograr una tregua y restablecer las condiciones que faciliten una negociación. Esta diferencia empieza a darse desde el triunfo electoral de Hamas en la Franja de Gaza en enero de 2006, y tiene que ver con la supuesta superioridad moral de Israel para llevar a cabo una ofensiva de esta naturaleza contra un grupo al cual no se le reconoce ninguna legitimidad, por cuyas acciones tienen que pagar todos los palestinos ubicados en el territorio que controlan.
Israel dice tener todo el derecho de hacer lo que está haciendo porque defiende los intereses de su pueblo y la seguridad de sus fronteras, y que la muerte de civiles se explica por la estrategia que tiene Hamas de ubicar sus centros de operación en zonas residenciales y usarlos como escudos para protegerse de los ataques. El control de Hamas se habría convertido en un factor más de inseguridad para la región, porque se ha recrudecido el terrorismo de las facciones más radicales ante la incapacidad o complacencia de las autoridades políticas del movimiento que controla social y políticamente Gaza.
Para Israel, los territorios ocupados por los palestinos son territorios sin dios y sin ley, sin autoridades políticas con un control creíble, sin sociedad civil capaz de hacer cambiar la actitud de los grupos extremistas. En cambio, ellos son un Estado de Derecho constituido como las democracias modernas, donde las decisiones cuentan con procedimientos institucionales y apoyo ciudadano interno. Es decir, ellos son la civilización y los palestinos la barbarie, visión que de alguna manera comparte la comunidad internacional. Mientras esa percepción no cambie, Israel se sentirá con el derecho de defenderse castigando a los palestinos, con costos humanitarios inconmensurables y con consecuencias impredecibles para la paz del Medio Oriente.
Lo paradójico es que a pesar del enorme poderío militar de Israel, restablecer la seguridad y la tranquilidad para su pueblo se hace una tarea cada vez más difícil, es decir, pierde la guerra todos los días si no logra una paz duradera.
