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ESCOGER TEMA PARA UNA COLUMna de opinión en un país tan convulsionado como Colombia, es una tarea difícil. Esta semana pensé en escribir sobre la tramposa conmoción interior, con la cual el Gobierno ha expedido una serie de decretos que nada tienen que ver con el restablecimiento del orden público presuntamente alterado por el paro judicial ya levantado, reformando normas del código de procedimiento civil, vaya uno a saber para hacerle un favor a quién.
O sobre cómo la mentira se volvió un recurso sistemático del ejercicio del poder durante este gobierno. Basta recordar casos como Cajamarca, Guatarilla, Jamundí, la muerte de tres sindicalistas en Arauca, los falsos positivos, el uso del chaleco de la Cruz Roja durante la ‘Operación Jaque’, o los disparos de la Policía en la marcha indígena, para darse cuenta de cómo este gobierno miente con toda tranquilidad, y al aparecer evidencia que demuestra la mentira, no hay responsabilidades hacia arriba en la cadena de mando, como acaba de suceder con la renuncia de la directora del DAS y la purga en el Ejército.
Pero pudo más la terrible imagen de desamparo y de postración física de Óscar Tulio Lizcano al recuperar su libertad en circunstancias extremas, fuga que hasta el Embajador de los Estados Unidos ya reclama como triunfo suyo.
Lo primero que pensé fue en cómo es posible que exista gente capaz de disminuir de esa manera a un ser humano. Se necesita mucha indolencia y falta de humanidad para permitir que una persona llegue a un estado de postración física como el que se encontraba Lizcano. Y se necesita mucho valor y mucha entereza para no haberse dejado doblegar moral y espiritualmente. Aferrarse al recuerdo de su familia, al de su esposa, y a la poesía, y verlo hoy sin rabia en el corazón, con cierta serenidad cansada, lo enaltece como persona.
Y de nuevo aparece entonces el tema de la responsabilidad de las Farc en el atroz crimen del secuestro, que no es menos atroz porque del otro lado se cometan crímenes igualmente repudiables, como los crímenes de Estado en el caso de los desaparecidos de Soacha.
Una guerrilla que es capaz de permitir un estado de indignidad como el de Lizcano y otros secuestrados, con el argumento de que se trata de un costo de la guerra contra una oligarquía indolente, no tiene nada que ofrecer para que esta sociedad sea más justa y democrática. De sólo pensar que el horizonte ético que regula su lucha armada se traslade a un proyecto de sociedad, disuade a muchos sectores de opinión sobre la legitimidad de sus pretensiones y sobre la posibilidad de una salida política al conflicto.
Y aparece de nuevo Uribe, quien interpreta un sentimiento mayoritario de no darle cuartel a una guerrilla hasta verla derrotada militarmente, empresa para lo cual ha obtenido la licencia ética suficiente como para mentir de manera sistemática, o decretar estados de excepción sin fundamento, cerrándose de nuevo el círculo que se refuerza y se retroalimenta, y entonces sólo nos acordaremos de la indignidad del secuestro el día en que otro recupere la libertad.
* * *
Coletilla. Que Santofimio disfrute de la presunción de inocencia que la justicia no pudo desvirtuar en la muerte de Galán, es una cosa, pero que tengamos que reivindicarlo como persona honorable, olvidando su cercanía política con el cartel de Medellín, es otra.
