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La literatura de Colombia en 2008

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Jorge Iván Cuervo R.
02 de enero de 2009 - 03:00 a. m.
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LA PRODUCCIÓN LITERARIA EN COlombia durante 2008 fue profusa, aunque no toda de buena factura. La novela es el género dominante, y la calidad está determinada por la presión del mercado editorial.

El modelo del pago por anticipado al escritor que obtiene cierto reconocimiento por haber ganado algún concurso, o haber corrido con la suerte de haber encontrado un editor arriesgado para su opera prima, está afectando el oficio y la calidad de las obras literarias. Habrá que cambiar la lógica para que el escritor no se deba al cheque anticipado sino a sus demonios. Igual el debate está abierto porque los escritores de algo tienen que vivir.

Para hablar de literatura en la Colombia de hoy, tenemos que partir por señalar que un grupo de escritores parece haber encontrado su forma y, por decirlo de alguna manera, ha tomado la delantera. En efecto, Héctor Abad Faciolince, Laura Restrepo, Jorge Franco, Santiago Gamboa, Rosero Diago y William Ospina, gozan de cierto reconocimiento internacional, y son voces más o menos consolidadas. En este año, El país de la canela de Ospina así lo indica, aunque no tanto Hotel Pekín de Gamboa y los cuentos El amanecer de un Marido de Abad.

Otro grupo, entre los que se encuentran Mendoza, Quiroz, Vásquez —su traducción al inglés de su novela Los Informantes es una buena señal—, Schwartz, Reyes, Montt, Bonett, Ungar, Medina, Silva, parece ir en la dirección de consolidar un estilo propio. Pero aún estamos lejos de tener el nuevo gran escritor con valía, al menos continental, nuestro Roberto Bolaño.

Ahora, tenemos que lamentarnos de que el mercado editorial se mueva al ritmo de testimonios de ex secuestrados y sus esposas, confesiones de narcotraficantes, lamentos de divas decadentes, crónicas mal contadas de periodistas del bajo mundo. Pero es lo que se vende, es “la literatura”. Más allá de esta porno miseria, destacaría algunos títulos que dan señales de por dónde se movió este año la cosa literaria, recordando que de los consagrados —García Márquez, Mutis, Vallejo— no conocimos nada nuevo, y cómo nos hace de falta Germán Espinosa.

Líbranos del Bien, de Alonso Sánchez Baute, es una apuesta valiente sobre cómo desentrañar la génesis de nuestra violencia sin caer en el moralismo, y con imprescindibles aciertos literarios. Tácticas contra el tedio, de Mauricio Bernal, una novela exquisita, bien escrita y con una densidad existencial como para estos tiempos. Proyecto Piel, de Julio César Londoño, un experimento arriesgado y exitoso que sorprende gratamente; en una especie de capítulo intimista que se abre para la novela colombiana, se destacan Todo pasa pronto, de Juan David Correa, un texto bien logrado con una prosa sobria y contenida, sin artilugios; Margarita Posada con su novela Sin título, y Andrés Burgos con Mudanza.

Siempre está Enrique Serrano con sus novelas históricas de estructura impecable, esta vez con El hombre de diamante.  Las crónicas de Cristian Valencia y Sandro Romero fueron un buen signo. Importante el libro de Germán Castro sobre la toma del Palacio de Justicia, El palacio sin máscara, y el texto de la Comisión de Memoria Histórica sobre la masacre de Trujillo, Una tragedia que no cesa.

Pero nada como volver a leer a Tomás González, su prosa tiene la melancolía y la profundidad necesarias para salir del éxtasis festivo del realismo mágico, y seguir adelante, más allá del género sicaresco.

jorgeivancuervo@etb.net.co

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