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Cada país tiene la manera de consolidar su institucionalidad. No es una tarea fácil y todas las batallas que preceden a la formación del Estado moderno dan cuenta de ello.
En Colombia pesan más las personas que las instituciones. Fue más importante Uribe que el Estado, Samper que el gobierno, y hoy pesa más la honorabilidad en duda de Néstor Humberto Martínez, que la credibilidad de la Fiscalía y de la justicia.
Todo lo que se ha dicho sobre Martínez antes de ser ternado por Santos ha resultado cierto: que tenía demasiados conflictos de interés, que tenía una agenda política y una ambición desmedida que hacen pensar que la política no es lo suyo, o sí, si por medio de ella cosecha poder y amigos que le permiten permanecer en una eterna puerta giratoria.
Fue ministro de Pastrana, superministro de Santos y ahora fiscal, gracias a los oficios del inescrupuloso exmagistrado Leonidas Bustos, quien pagó con su elección el que Néstor Humberto hubiera boicoteado la reforma de equilibrio de poderes, actitud ladina que hubiera bastado para que Santos no lo ternara, como se lo pidió María Lorena Gutiérrez, quien a la postre, derrotada por la presión de Vargas Lleras, tuvo que renunciar, y en otro efecto insospechado de la puerta giratoria, hoy es la presidenta de Corficolombiana, la firma que asesoró Martínez con perversidad cívica.
Hoy se debate sobre si debe renunciar o designar un fiscal ad hoc, una salida que eludiría el debate de fondo: Martínez no puede ser fiscal porque sus credenciales éticas se lo impiden, no sólo ha actuado en defensa de los intereses de sus antiguos y seguramente futuros clientes, sino que ha mentido y ha jugado de manera equivocada: aconsejó mal al grupo Aval –grupo empresarial que ha demostrado tener bajos estándares éticos para sus negocios- permitiendo que lavara recursos procedentes de la corrupción de Odebreceht y generando un riesgo reputacional que puede ser catastrófico; desatendió las denuncias de su amigo Jorge Enrique Pizano, en lenguaje soez y actitud miserable que hablan mal de su condición humana, y, como fiscal, ha cuidado más de su imagen –y sus futuros negocios y aspiraciones políticas- que de la credibilidad de la justicia.
Martínez debe renunciar y regresar a su oficina privada a urdir patrañas, su ámbito natural. Sus clientes se lo agradecerán, así como hoy se lo celebran sus amigotes de los medios. Los ciudadanos necesitamos que quienes llegan al Estado tengan dignidad republicana y valor civil. No nos importa su futuro profesional, sino el funcionamiento de las instituciones.
Se necesita de una Fiscalía que no esté al servicio del poder político y económico, y esa no es la de Gestor Humberto. Santos nos metió en ese embrollo, Duque puede ayudarnos a salir de él.
¿Qué tal volver a la terna original con Yesid Reyes, Mónica Cifuentes y sumar a Jaime Córdoba Triviño?
Coletilla. Apoyo total a los estudiantes en sus legítimas demandas de más presupuesto para la universidad pública.
