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Cualquier cosa que se diga desde Colombia sobre Venezuela tiene el riesgo de ser impreciso y con sesgo ideológico.
Es inevitable caer en la polarización y en la desinformación que promueven unos y otros, de suerte que es muy difícil aún para quien se encuentra en territorio venezolano tener una visión objetiva e imparcial.
Pero esta polarización no comenzó con Nicolás Maduro ni mucho menos. Empezó el mismo momento en que Hugo Chávez llega el ejercicio del poder e instala una agenda con una carga de profundidad ideológica que aun anima el debate político en América latina. Su imagen de representante de los desposeídos contra los poderes oligárquicos en un continente con lamentables índices de desigualdad y pobreza, tenía como calar. La fórmula de populismo y caudillismo tantas veces ensayada en regímenes políticos excluyentes ya es una marca registrada en estas tierras, y Chávez se apropió de ella con pasión y persistencia.
No deja de ser paradójico que un militar golpista terminara encarnando esa vieja ilusión de sectores políticos de izquierda de democratizar la democracia y de hacer que el poder del Estado – de un Estado rico como el venezolano- se usara en favor de los sectores sociales excluidos. Sus detractores no vieron más allá de su estilo pendenciero y no lograron descifrar el factor Chávez, que terminó invisibilizando la vía Lulla – Mujica – Bachelet como alternativa de izquierda pluralista, gracias al ruido bolivariano.
Esa especie de embrujo permitió que un régimen de origen democrático se fuera transformando en un régimen autocrático para defenderse de sus enemigos internos y externos. Disolvió la separación de poderes, gobernó con leyes habilitantes desplazando al legislativo de su función natural, sometió el poder judicial a sus mandatos, hostigó a la oposición hasta hacerla débil políticamente y acorraló a la prensa no afecta al régimen, síntomas todos éstos de un gobierno autocrático que sigue blandiendo su evidente arraigo popular refrendado en múltiples elecciones.
Con la enigmática muerte de Chávez, su legado ideológico queda en manos de Nicolás Maduro y de Diosdado Cabello quienes no logran tener la sintonía y la aceptación social del comandante, con lo cual optan por radicalizar las medidas autoritarias. Es un expediente conocido: a menos legitimidad más represión. Las decisiones económicas tomadas contra toda lógica han acentuado el descontento social y muchos sectores encabezados por el movimiento estudiantil han decidido enfrentar al gobierno en las calles, y allí, en medio de una inseguridad alarmante surge una densa marea que hace aún más difícil saber a ciencia cierta que está pasando y cómo se resolverá la crisis. La detención del líder opositor Leopoldo López agrega un nuevo ingrediente y un desafío a la oposición de encauzar su lucha sin promover salidas extra institucionales como lo han hecho en el pasado, pero también para el gobierno que tiene que demostrar ante el mundo que no se trata de un preso político.
Colombia mira expectante. El gobierno de Santos no se mete mucho para no enturbiar las conversaciones en la Habana. Las ONG de derechos humanos no se pronuncian contra la represión de marchas pacíficas dejando ver un reproblable sesgo en su función, y la opinión también se polariza en torno de un Maduro redentor o un Maduro incapaz de continuar con el legado de Chávez, y el uribismo aprovecha para meter miedo con el cuento del castro chavismo.
En este maremágnum de (des) información e ideología nos quedamos sin saber realmente lo que pasa, apenas deseando que la crisis se resuelva sin más violencia y por caminos institucionales.
@cuervoji
