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El Mundial 2026 está caliente. Infortunadamente, para los espectadores también los precios de las boletas. Mientras en 2022 un tiquete para el partido inaugural costaba entre USD 55 y USD 618, el año entrante el precio se incrementó a un rango que oscila entre USD 560 y USD 2.735. Estos son precios oficiales, pero en la práctica el valor está muy por encima.
FIFA hizo dos cambios sustanciales para el mundial norteamericano. Por un lado, casi minimizó los asientos disponibles para las boletas más baratas. Por otro lado, siguiendo la experiencia del último Mundial de Clubes, implementó un modelo de fijación dinámica de precios.
La idea central es que los precios se ajustan hacia arriba, mediante un algoritmo que sigue los movimientos del mercado en tiempo real, cuando la demanda se dispara y caen si la demanda decrece. En Estados Unidos y Canadá, además, la reventa de boletas es legal. Las condiciones están dadas para que los precios se disparen.
Desde el punto de vista económico, la fijación dinámica de precios es un excelente mecanismo de asignación del producto ajustado por demanda en tiempo real. Si los consumidores están dispuestos a pagar un monto dado por un producto, ¿por qué venderlo a un precio menor? Dicho de otra forma, ¿por qué deben todos los consumidores pagar el mismo precio si hay unos dispuestos a pagar más que otros?
Aunque la idea tiene varias décadas, una de las primeras implementaciones comerciales que recuerdo fue en algunas salas de cine en Italia, unos tres años antes de la pandemia. Por supuesto, la formación dinámica no es más que una forma extrema de discriminación de precios. Toda la vida se pagó más por ver fútbol (o los toros) en sombra que en sol, pero el fútbol no es un negocio cualquiera.
Si bien el origen del fútbol moderno en el siglo XIX es aristocrático y burgués, su difusión y arraigo tiene un origen popular. Ese es el problema. En el mundo sin duda hay suficientes ricos para pagar USD 12.000 dólares por una entrada en gallinero para ver la final del mundial. En EE.UU. hay más de 20 millones de millonarios, en dólares. Pero ¿que 80.000 millonarios llenen el estadio es lo que FIFA quiere para el fútbol?
La ilusión, la pasión, la emoción del estadio en vivo aún no es replicable por IA para que el resto de los mortales disfrutemos el fútbol. El odio hacia FIFA que genera restringir por precio el acceso al fútbol en vivo del 99 % de los mortales puede resultar siendo un castigo mucho más costoso que fijar los precios de las boletas a la antigua.
El fútbol es un negocio, sin duda. Pero ese negocio, forjado gracias a su popularidad pasada, solo sobrevivirá si en el presente sigue despertando la pasión —entre irracional y sentimental— que lo convirtió en lo que es hoy. No se pide fútbol gratis; se pide que la mayoría pueda acceder al espectáculo.
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