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Dante y el infierno

José Fernando Isaza

03 de marzo de 2021 - 10:00 p. m.

Este año se conmemora el séptimo centenario de la muerte de Dante Alighieri en 1321.

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En su obra maestra, La divina comedia, los cantos más conocidos corresponden a la descripción del infierno. Un lugar más terrorífico que el inframundo de los griegos y el descrito por los evangelistas al narrar el descenso de Jesús a los infiernos; en otras partes de los evangelios se describe como más tenebroso, habrá llanto y crujir de dientes.

En sus orígenes el cristianismo creó la idea de un lugar eterno de tormentos, una forma de controlar a sus fieles con el miedo, política que adoptan muchos gobernantes actuales. En el catecismo del padre Astete se leía: es dogma de fe que el infierno existe, que es un lugar, que hay pena de fuego y que es eterno. De acuerdo con algunos pronunciamientos papales, no parece ser de tan larga duración. En 1999, el papa Juan Pablo II afirmó que el infierno no es un lugar, sino una situación para los que se apartan de Dios y que, por consiguiente, no existe el fuego. No pasarían ocho años para que el papa Benedicto XVI volviera a crear el infierno. En 2007 declaró que existe y que no está vacío. En 2018, el papa Francisco decidió terciar en tan ardiente asunto y en una entrevista publicada en el diario italiano La Repubblica decidió cambiar el sentido de un dogma al afirmar que el infierno no existe. Los sectores más conservadores del Vaticano desmienten a la voz máxima de la Iglesia, argumentando, con cierta razón, que no habló ex cathedra, sino informalmente. Los creyentes no tienen certeza formal y dogmática sobre este molesto y quemante asunto.

En el infierno renacentista predominan las llamas; en el de Dante, el frío y el hielo, aunque en algunos círculos sí hay pena de fuego. A medida que se va descendiendo hacia el centro de la Tierra, los círculos infernales se destinan a los pecados mayores. En el círculo 5 se encuentra la laguna Estigia, donde los condenados están sumergidos en el fango; allí se castiga a los perezosos, los iracundos, los codiciosos y a quienes sin motivo vivieron tristes y deprimidos. En el círculo 9 están los peores pecadores: los traidores, y en el centro de la Tierra, en un pozo de hielo sin fondo, se halla el Demonio. Tres siglos y medio antes de Newton, Dante estabiliza el agua congelada, en este punto “se unen las partes que se atraen a sí con la gravedad del globo”.

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El sistema cosmológico prevaleciente de la Edad Media era el geocéntrico, los cuerpos celestes giraban alrededor de la Tierra. Al situar al espíritu del mal en el centro del universo, se creaba un problema teológico: el cosmos gira en homenaje al maligno. Giordano Bruno, en 1570, propuso que los planetas giraban alrededor del Sol, pero la Iglesia, en lugar de agradecerle, lo quemó vivo. En Bogotá se erigió un busto en el parque que lleva su nombre. En 1600, Kepler resolvió la encrucijada teológica. Los planetas giran alrededor del Sol en órbitas elípticas y el astro luminoso está situado en uno de los dos focos de la elipse. En el Sol se localiza el majestuoso templo del Dios creador. El cosmos gira alrededor del espíritu del bien y no honra al ángel vencido.

La hipótesis heliocéntrica de Kepler se ajustó a las mediciones astronómicas de la época. Sesenta años después, Newton demostró que las órbitas planetarias descritas por Kepler eran compatibles con la teoría de la gravedad universal.

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