Un comandante supremo de los ejércitos, para lograr un objetivo estratégico, recurre, entre otras, a las siguientes acciones: envenena el único río que provee de pesca y agua a la población que considera su enemiga; acude a la guerra bacteriológica infestando la población de mosquitos, moscas y ranas; utiliza tecnología avanzada y, a partir de un compuesto de carbón, crea un agente patógeno que produce llagas y úlceras a todos los habitantes del territorio enemigo; no solo ataca a los soldados, sino también a la población civil ajena al conflicto; con herramientas tecnológicas de alto nivel de sofisticación, logra alterar el clima y disminuye la radiación solar en el territorio que considera hostil, hasta crear una oscuridad total durante tres días. Finalmente, recurre a que se mate a un hijo de cada familia sin importar si es familiar de combatientes o no, para debilitar la moral del enemigo.
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Un comandante supremo de los ejércitos, para lograr un objetivo estratégico, recurre, entre otras, a las siguientes acciones: envenena el único río que provee de pesca y agua a la población que considera su enemiga; acude a la guerra bacteriológica infestando la población de mosquitos, moscas y ranas; utiliza tecnología avanzada y, a partir de un compuesto de carbón, crea un agente patógeno que produce llagas y úlceras a todos los habitantes del territorio enemigo; no solo ataca a los soldados, sino también a la población civil ajena al conflicto; con herramientas tecnológicas de alto nivel de sofisticación, logra alterar el clima y disminuye la radiación solar en el territorio que considera hostil, hasta crear una oscuridad total durante tres días. Finalmente, recurre a que se mate a un hijo de cada familia sin importar si es familiar de combatientes o no, para debilitar la moral del enemigo.
La guerra y el deseo de conquistar tierras acompañan el accionar del comandante supremo. Sus soldados inician conquistas de territorios cuyos pobladores habitaban pacíficamente sus tierras. No respetan la vida de ningún civil. En todos los casos se relata el final de las batallas con frases del siguiente tenor: “Pasaron a cuchillo a todos los habitantes. No quedó en ella un superviviente”; “la tomaron y pasaron a cuchillo, consagrando el exterminio de todos sus habitantes”. De haber existido un tribunal que juzgara crímenes de guerra, poco hubiera logrado; el comandante supremo tendría inmunidad, es el Dios del Antiguo Testamento. El primer caso corresponde a las plagas de Egipto y el segundo, a la conquista de la Tierra Prometida.
La historia de Egipto no registra ninguna colonia de judíos en su territorio; no hay mención de las plagas para permitir el éxodo.
Algunos relatos mitológicos asocian a una misma divinidad la bondad y maldad; la eterna lucha entre el bien y el mal es un conflicto interno. En la mitología judeocristiana, los arquetipos de bondad y maldad están en seres diferentes, Dios y Lucifer. Sin embargo, para quienes su delito era no pertenecer al pueblo elegido por el Dios de los judíos, lo asimilan a un espíritu maligno.
Las pocas referencias al demonio en la Biblia no lo presentan como un ser completamente derrotado por el Dios creador. En el libro de Job, el diálogo entre Dios y Satán es cordial, se asemeja más a una apuesta entre amigos que pone a prueba la resistencia al sufrimiento de un hombre justo. La narración de la tentación de Jesucristo en el desierto no muestra la agresividad que podría esperarse del encuentro entre la maldad absoluta y el hijo de la bondad infinita.
Las anteriores notas surgen a raíz del debate sobre si se debe o no cerrar el templo luciferino de Quimbaya (Quindío). El interior del templo es un alarde de dudoso gusto, pero ese no es motivo para clausurarlo. No hay evidencia de que se practiquen allá ritos que violen la integridad física o moral de persona alguna; no hay indicios de que se oficien misas —no sobre la fría piedra de un altar sino sobre el cálido cuerpo de una pecadora—. Muchos de los más de 54.000 dioses que ha registrado la historia de la humanidad son a la vez benignos y malignos. En aras de la libertad de cultos, no parece que existan motivos de objeción para impedir el culto de uno de ellos, siempre que estos ritos no violen ninguna ley penal. ¿Deben preocuparse los organizadores del Carnaval del Diablo en Riosucio?