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Sala de espera en la unidad de cuidados intensivos, la familia recibe el diagnóstico: el accidente cerebrovascular unido a la falla cardíaca fue masivo. El paciente está en un coma profundo, no hay esperanza de recuperación; si sobrevive, no recuperará sus facultades cognitivas ni la autonomía, tendrá una vida vegetativa de días o años. Al poco rato un amigo le lleva un libro al hijo mayor. Se suspenden las conexiones, el paciente muere. El libro es Morir con dignidad, escrito por Hans Küng, uno de los más importantes teólogos católicos, cuyo texto aboga no solo por el derecho a la eutanasia pasiva, retirar los mecanismos artificiales de respiración y alimentación, sino que va un paso más allá y aboga por la eutanasia activa, la aplicación de medicamentos que produzcan una muerte rápida y sin dolor.
Llamado de urgencia a los familiares. Al colapsar una malformación encefálica de la paciente, se produce un derrame masivo y hay muerte cerebral. Se les explica a los familiares la diferencia entre coma profundo y muerte cerebral, en esta no hay posibilidad de recuperación, ni siquiera la posibilidad de una vida vegetativa. Varias reuniones con el grupo médico. Cualquier decisión será dolorosa y difícil. Un neurólogo, con sentido humano, le dice a la familia: “La decisión no es necesariamente de ustedes, su querido familiar no es ya una persona, no tiene ni tendrá posibilidad de conciencia, continuar o no con medios mecánicos de respiración será una decisión médica”. Horas después, evitando una larga y dolorosa agonía, se despide a un ser querido y se recuerda su vida.
Estos casos son de eutanasia pasiva. En la eutanasia activa se aplican medicamentos para acelerar la muerte.
En algunos países la expresión de voluntad para el derecho a una muerte digna no solo incluye enfermedades incurables y dolores intensos, sino que también contempla daños cerebrales, demencia, necesidad de alimentación y respiración artificial, etc. Porque una vida adulta totalmente dependiente de los cuidados no es acorde con la idea de la dignidad humana.
Las autoridades católicas colombianas consideran que la eutanasia es un asesinato, un pecado mortal, tal vez solo se refieren a la activa.
Los creyentes pueden aceptar esa doctrina; lo que no tiene sentido es que se aplique esa idea a quienes no lo son. Es difícil entender el concepto de un dios infinitamente bondadoso con el sufrimiento innecesario de sus criaturas. Si la eutanasia activa es un pecado mortal, el pecado ofende, hace sufrir a dios; por lo tanto, parecería que prefiere que sus criaturas predilectas, los seres humanos, padezcan innecesariamente dolores insoportables para que no le produzcan pena, pues al ser omnipotente puede evitársela. Como dirían los escolásticos, repugna al entendimiento conciliar el concepto de un dios omnipotente y bondadoso, sin asomo de masoquismo o sadismo, que condene eludir un sufrimiento inútil.
La eutanasia activa considerada como un acto humanitario se ejecutaba en las guerras, el tiro de gracia se asestaba a la víctima herida mortalmente para evitarle una larga y dolorosa agonía.
El cine es abundante en el tema de la eutanasia. Por ejemplo, Mar adentro, de Alejandro Amenábar, describe el suicidio asistido de Ramón Sampedro, quien debe ingerir un medicamento, pero su deterioro se lo impide. Las invasiones bárbaras, de Denys Arcand, relata la fiesta de despedida del protagonista con un sentido del humor negro.
