Gran amenaza a la democracia es el golpe de Estado. En ocasiones no es prolongado, puede durar pocas horas. Es interesante analizar dos golpes de Estado con motivaciones opuestas y con resultados diferentes. El más reciente, la desobediencia del ejército de los Estados Unidos a una orden de Trump; el otro, la pérdida del control del ejército por parte de su comandante, el presidente Betancur, durante la toma del Palacio de Justicia en 1985.
El brutal asesinato de George Floyd por la policía desató un movimiento en Estados Unidos para exigir el respeto a la vida. La Constitución de ese país otorga al presidente la suprema comandancia del Ejército y la Marina. Los gobernadores son los comandantes de las respectivas guardias nacionales. En grandes crisis o en guerra el presidente puede intervenir sobre una parte de las milicias estatales, pero hay áreas en que le está prohibido hacerlo aun en caso de conmoción o guerra extrema. Una orden presidencial de Trump, que buscó crear caos y masacres, mandó al ejército intervenir para impedir las manifestaciones, desconociendo las funciones que desarrollan las guardias nacionales de los estados. El jefe del Estado Mayor Conjunto, el oficial de mayor rango, Mark A. Milley, se negó a acatar esta orden que hubiera incendiado el país. Se enfrentó a un dilema moral: si cumplía la orden, violaba la Constitución. En sus palabras: “Cada miembro de las fuerzas militares de Estados Unidos jura defender la Constitución… (Esta) le da derecho al pueblo a la libertad de expresión y a reunirse pacíficamente… Todos los que llevamos el uniforme nos comprometemos a defender los principios consagrados en la Constitución… Durante la actual crisis la Guardia Nacional está actuando bajo la autoridad de los gobernadores estatales para proteger la vida y los bienes de las personas, preservar la paz y asegurar la seguridad…” (traducción libre). Al negarse a cumplir la demencial orden de Trump, su superior jerárquico, acató la Constitución.
Contrario al comportamiento usual de Trump, que despide fulminantemente a quien no le sea obsecuente, en este caso no ha actuado. Tampoco lo hizo cuando el general Mark A. Milley, quien lo acompañó con uniforme de fatiga a una iglesia evangélica, dijo luego que fue un error haber seguido al presidente en ese acto, para el cual se ordenó despejar con violencia una manifestación pacífica que protestaba contra la brutalidad policial.
La Constitución de los Estados Unidos de América, a pesar de ser corta y tener pocas reformas, tiene contradicciones lógicas que permiten, sin violarla, degenerar en un régimen fascista. Es bien conocida la historia de Kurt Gödel cuando en 1947 fue ante un juez de Trenton para jurar y obtener la ciudadanía estadounidense. Como sus compañeros de viaje desde Princeton, viajaban en el vehículo Albert Einstein y Oskar Morgenstern. Posiblemente en toda la historia de la ciencia nunca se había reunido en un espacio tan pequeño tanta inteligencia, para apoyar al más grande lógico de la historia de la filosofía.
En días anteriores al juramento, Gödel había compartido con sus colegas la inquietud de que sin violar la Constitución pudiera establecerse una dictadura en EE. UU. Recordaba que algo similar ocurrió en Alemania en 1933, cuando Hitler, con la Constitución de Weimar, logró controlar el Poder Legislativo y el Judicial, hizo trizas la Constitución e instaló la más sangrienta dictadura.
Continuará...