En anteriores ocasiones, he sugerido la conveniencia de que un grupo de académicos hagan algunos ajustes a la Biblia, para que ciertos pasajes no nos perturben a las mentes puras que nos guiamos por sus sabias enseñanzas.
Me concentraré en el libro de Job. Las religiones del Medio Oriente creían en dos deidades: el bien y el mal; el dios del bien lucha permanentemente contra el mal, sin vencerlo. Esta teología permite explicar la existencia del mal a pesar de la bondad del dios creador. No obstante, la creencia en que la batalla original entre Jehová y Lucifer se produjo al comienzo de los tiempos, esta lucha entre espíritus angélicos comandada por el arcángel san Miguel, no se registra en el Antiguo Testamento. La guerra celestial, como nos la enseñaron en el colegio, está descrita en el Apocalipsis, escrito miles de años después del Génesis. “Se declaró la guerra en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón: el dragón luchaba asistido de sus ángeles, pero no vencía y perdieron su puesto en el cielo”. Son espíritus los que luchan es una batalla similar a un videojuego de realidad virtual.
En el Antiguo Testamento, Jehová y Satán se encuentran y conversan amigablemente. Como viejos conocidos deciden apostar, el premio será el honor de derrotar al adversario. El problema es que la apuesta lesiona en forma grave a Job, este siervo de Dios y su familia sufrirán muertes, dolores, enfermedades, pérdida de sus bienes, etc. No es fácil entender cómo un Dios infinitamente amoroso con sus criaturas le acepta a Satán una apuesta que las tortura. La Biblia describe a Job como justo, honrado, religioso y apartado del mal.
Un día fueron los ángeles y se presentaron al Señor, entre ellos llegó también Satán. El Señor les preguntó: “¿De dónde vienen?”. “De dar vueltas por la Tierra”. El Señor les dijo: ¿se han fijado en mi siervo Job? En la Tierra no hay otro como él”. Satán intervino: “¿Y tú crees que su religión es desinteresada? Pero hazles daño a sus posesiones y te apuesto a que te maldice en tu cara”. Es sorprendente que Satán se pasea a su antojo en compañía de los ángeles del Señor.
A reglón seguido, a Job le suceden las desgracias: mueren sus hijas por un huracán, se roban el ganado y apuñalan a sus siervos. Job no acusó a Dios de desatino. Nuevamente se presentó Satán con los ángeles y continúa el perverso juego. Luego, Satán “hirió a Job con llagas malignas desde la planta del pie a la coronilla, Job agarró una tejuela para rasparse con ella”. Después de tanto sufrimiento Job, en una serie de bellísimos versos, se lamenta de su suerte, prefiere no haber nacido, le pregunta a Dios: “No me condenes. Hazme saber qué tienes contra mí… Ahora me aniquilas”. Hay versos que se pueden interpretar como que la apuesta la ganó Satán: “Pero es lo mismo, os los juro, Dios acaba con inocentes y culpables; él se burla de la desgracia del inocente”.
La respuesta del Señor no es amable: “¿Quién es este que denigra de mis designios con palabras sin sentido?”. A continuación, enumera todas las cosas maravillosas que él como creador ha hecho, y termina: “¿Quién me hará frente y saldrá ileso? Cuanto hay bajo el cielo es mío”. Para tener un final feliz, se conmueve y duplica las posesiones de Job.
El texto se puede ajustar para que concuerde con el consejo de evitar las malas compañías y alejarse del vicio del juego.