Los mitos religiosos enseñan que los dioses se enfurecen cuando los humanos tratan de adquirir conocimiento y así enfrentar la irracionalidad. Prometeo, un semidiós, roba el fuego sagrado, la sabiduría, lo entrega a los humanos; Zeus, el dios padre, lo castiga atándolo a una roca y enviándole un águila para que le coma el hígado; el hígado se regenera en la noche, el tormento cesa cuando Heracles, hijo de Zeus, mata el águila.
Para el Dios judeocristiano, el delito mayor cometido por sus criaturas es haber comido el fruto que abriría el camino del saber “que os abrirá los ojos y seréis como dioses, versados en el bien y el mal”. Por esta transgresión, toda la humanidad nace con el pecado original y si no es redimida por el agua bautismal iría, por lo menos hasta el año 2007, fecha en que el papa abolió el limbo, a un lugar eternamente aburrido. Otras transgresiones individuales o colectivas de la humanidad, o bien son castigadas implacablemente o exculpadas si se realizan contra los pueblos no elegidos. El castigo no se transmite a sus descendientes.
Abraham es elogiado por haber aceptado asesinar a su hijo Isaac y ofrecerlo como sacrificio al dios bondadoso, ¿la obediencia debida autoriza cumplir ordenes, así estas contradigan los dictados de la ética? El asesinato no se consuma porque en el momento que va a ser degollado Dios ordena: “No alargar la mano contra tu hijo, ya he comprobado que respetas a Dios, porque no me has negado a tu hijo, tu único hijo”. Una irreverente versión dice que el final feliz se dio porque Isaac era un avezado ventrílocuo.
La Navidad, a pesar de los excesos de licor, azúcares y carbohidratos, inherentes a su celebración; las iluminaciones, los juegos pirotécnicos y, sobre todo, los regalos, contribuyen a que se espere con optimismo esta temporada. Como todo no puede ser placentero, antes que transcurran cuatro meses viene la Semana Santa. Hoy es otro período de vacaciones, pero la doctrina cristiana se encarga de reforzar aún más los sentimientos de culpa, acusando a la humanidad de un crimen que no cometió, la crucifixión de un esenio a quien sus seguidores proclaman que no solo es hijo de Dios, sino Dios. Se insiste en que las torturas a las que fue sometido Jesús fueron necesarias para que el pecado original pudiera ser perdonado con el bautismo y así evitar el monótono limbo o el aterrador infierno. No hay explicación clara, ¿por qué se es culpable de una falta cometida, según el mito, por antiquísimos descendientes? Para un Dios infinitamente poderoso y bondadoso no hubiera sido más apropiado pensar, “decretamos amnistía plena por el pecado cometido por los padres de la humanidad”. Enviar al hijo a que sea torturado para borrar la culpa de quienes no cometieron falta alguna no parece ser un buen ejemplo de un padre amoroso y omnipotente. Los creyentes responden, “los designios de Dios son inescrutables”. Lo que refuerza la idea, fe es creer lo que repugna a la razón.
El día de Navidad busca coincidir con el solsticio de invierno en el hemisferio norte; luego la luz del día se va alargando. La Semana Santa se ajusta al calendario lunar para que la resurrección coincida con el primer domingo después de la primera luna llena que sigue al equinoccio de primavera. Para los no cristianos, la primavera es alegría, pero para los cristianos la doctrina quiere que sea tristeza.