Casi todas las civilizaciones del hemisferio norte, antes de la llegada de las religiones abrahámicas, celebraban con júbilo el inicio de la primavera. El cristianismo, por el contrario, hace coincidir el triste período de Cuaresma con el equinoccio de la primavera, acorde con la idea de priorizar mortificación y culpa sobre el disfrute de la vida. Aceptando que fe es creer en lo que repugna la razón, la Cuaresma prepara el camino para la Semana Santa, que conmemora los sufrimientos y las torturas del hijo de Dios para liberar a la humanidad de un pecado que esta no cometió. No es razonable que un ser todopoderoso y amoroso envíe a su hijo a un sufrimiento; con solo pensar en perdonar los pecados que no cometió la humanidad, le hubiera ahorrado torturas a su hijo bien amado.
En las parroquias del Sacro Imperio Romano Germánico, con el fin de alegrar a los fieles “después del largo y triste período de la Cuaresma”, se celebraba en los templos el Domingo de Resurrección con unas funciones teatrales de historias cómicas que fueron evolucionando en obras obscenas y lascivas, que tenían dos objetivos: provocar la risa y la alegría de los fieles para que gozaran del triunfo del Señor sobre la muerte, y a la vez servir para atraer a la feligresía, de otro modo “los predicadores hablarían en templo vacío”.
Los clérigos no se limitaban a “contar chascarrillos y hacer bromas, sino que actuaban en la iglesia como un bufón descarado, masturbándose y ofreciendo a la vista las cosas que los cónyuges suelen hacer ocultamente en sus habitaciones”. Algunas voces cristianas criticaban estas formas de celebrar la resurrección. El resultado pudo hacer crecer la asistencia a esta misa pascual “repugnante. Fantoches imitaban con todo el cuerpo los gestos de histriones representando todas las obscenidades imaginables. Para no manchar cuartillas con estos casos, se omiten los más obscenos. (...) Con tal de hacer reír a los fieles, el predicador durante la misa de Pascua llegaba incluso a mostrar los genitales, haciendo mímicas (¿solo?) o imitando el acto homo o heterosexual”.
Estas ceremonias se llamaban risus paschalis, los documentos más antiguos que las describen datan del año 852 y se extendieron por nueve siglos. En 1753 se mencionan estas celebraciones, censurando “las farsas y obscenidades proclamadas desde el púlpito de las iglesias católicas”, en especial en la Diócesis de Augsburgo. El papa emérito Joseph Ratzinger se refirió a las risus paschalis, es de suponer en la forma moderada de realizarlas, con las siguientes palabras: “Antaño, las risus paschalis formaban parte de la liturgia barroca. La prédica de Pascua debía contener una historia capaz de suscitar las risas (…) era una forma superficial y primitiva (…) ¿Pero acaso no es espléndido y perfectamente lógico que su uso se hubiera convertido en símbolo litúrgico?”.
En la Biblia hay pocas referencias a la risa. Sara ríe cuando le dicen que a su avanzada edad puede tener un hijo. Isaac sonríe a Rebeca, su mujer. Pero no hay mención explícita a la risa de Dios o de Jesucristo. En la novela El nombre de la rosa, de Umberto Eco, se producen múltiples asesinatos para evitar que se conozca un texto que habla de la risa del hijo de Dios.
* Las citas entre comillas son tomadas del libro Risus paschalis, de Maria Caterina Jacobelli, doctora en Teología de la Universidad Pontificia Lateranense.