La política, la religión y el conocimiento han estado en conflicto o complicidad durante casi toda la historia de la humanidad. El componente religioso en la campaña electoral está presente. En el plebiscito del Acuerdo de Paz, pastores cristianos no vacilaron en obligar a sus fieles, aun recurriendo a la mentira e inventando la ideología de género, a votar por el no.
Los candidatos buscan el llamado voto cristiano, se acepta su caudal electoral así su doctrina esté en contra del proclamado ideario del candidato. Un caso reciente fue la adhesión de un pastor al movimiento Pacto Histórico de Petro. Para el pastor es igualmente doloroso que una persona sea un asesino o un homosexual. La egolatría de algunos políticos los lleva a compararse con dioses o semidioses. Por ejemplo, los áulicos del “presidente eterno” no vacilaron en compararlo con Jesús. Hay que reconocer que sí hay similitudes: ambos tienen sus 12 apóstoles.
El debate de las relaciones Estado-ciudadano está permeado por la religión. En el Código Penal están presentes conceptos religiosos, aun si difieren de evidencias científicas. En temas como drogadicción, aborto y eutanasia, la concreción de algunas políticas confunde lo que para un creyente es un pecado con lo que para la sociedad es un delito. Los códigos penales catalogaban la blasfemia como un delito y los códigos civiles le negaban el derecho a la igualdad a los hijos concebidos en el “pecado”.
Se debate la posibilidad de una ética humanística creada y consolidada sin referencias a un ser externo ni necesidad de acudir a premios o castigos que trasciendan la vida. En el pasado este punto ha sido analizado por pensadores como Baruch Spinoza (1632-1677), quien utilizando el método geométrico axiomático demostró la posibilidad de una ética sin recurrir a entes externos al universo. A conclusión similar llegó Umberto Eco en su correspondencia con Carlo Maria Martini, arzobispo de Milán. Con argumentos históricos, antropológicos y aun pragmáticos, en el sentido de Charles Peirce, dedujo no solo la posibilidad sino la existencia de una ética humanística tan sólida o más que la basada en mitos religiosos. El libro En qué creen los que no creen recopila la correspondencia entre Martini y Eco. En el cónclave que eligió a Benedicto XVI, el arzobispo Martini tenía altas posibilidades de ser elegido papa, pero se interpuso el nefasto cardenal López Trujillo, quien se unió a lo más retardatario y frustró la elección. Martini le hubiera dado un aire de renovación tan necesario a la Iglesia.
En la cosmología, la biología y la medicina hay conflictos entre ciencia y religión. Basta pensar en la existencia del milagro: si se realiza un experimento o una investigación, ¿cómo saber si el resultado se debe a las leyes de la física y de la biología o es producto de un milagro? A los cosmólogos actuales no los queman vivos, pero si sus investigaciones se apartan de la ortodoxia religiosa corren el riesgo de que sus teorías sean rechazadas. Al postular un universo sin principio, la teoría de la creación continua de Fred Hoyle no requiere un dios creador. La teoría del big bang se ajusta mejor a la ley de Hubble que la de Hoyle y fue rápidamente aceptada al no entrar en conflicto con la idea de un demiurgo; además fue propuesta por el jesuita Georges Lemaître.
La política, la religión y el conocimiento han estado en conflicto o complicidad durante casi toda la historia de la humanidad. El componente religioso en la campaña electoral está presente. En el plebiscito del Acuerdo de Paz, pastores cristianos no vacilaron en obligar a sus fieles, aun recurriendo a la mentira e inventando la ideología de género, a votar por el no.
Los candidatos buscan el llamado voto cristiano, se acepta su caudal electoral así su doctrina esté en contra del proclamado ideario del candidato. Un caso reciente fue la adhesión de un pastor al movimiento Pacto Histórico de Petro. Para el pastor es igualmente doloroso que una persona sea un asesino o un homosexual. La egolatría de algunos políticos los lleva a compararse con dioses o semidioses. Por ejemplo, los áulicos del “presidente eterno” no vacilaron en compararlo con Jesús. Hay que reconocer que sí hay similitudes: ambos tienen sus 12 apóstoles.
El debate de las relaciones Estado-ciudadano está permeado por la religión. En el Código Penal están presentes conceptos religiosos, aun si difieren de evidencias científicas. En temas como drogadicción, aborto y eutanasia, la concreción de algunas políticas confunde lo que para un creyente es un pecado con lo que para la sociedad es un delito. Los códigos penales catalogaban la blasfemia como un delito y los códigos civiles le negaban el derecho a la igualdad a los hijos concebidos en el “pecado”.
Se debate la posibilidad de una ética humanística creada y consolidada sin referencias a un ser externo ni necesidad de acudir a premios o castigos que trasciendan la vida. En el pasado este punto ha sido analizado por pensadores como Baruch Spinoza (1632-1677), quien utilizando el método geométrico axiomático demostró la posibilidad de una ética sin recurrir a entes externos al universo. A conclusión similar llegó Umberto Eco en su correspondencia con Carlo Maria Martini, arzobispo de Milán. Con argumentos históricos, antropológicos y aun pragmáticos, en el sentido de Charles Peirce, dedujo no solo la posibilidad sino la existencia de una ética humanística tan sólida o más que la basada en mitos religiosos. El libro En qué creen los que no creen recopila la correspondencia entre Martini y Eco. En el cónclave que eligió a Benedicto XVI, el arzobispo Martini tenía altas posibilidades de ser elegido papa, pero se interpuso el nefasto cardenal López Trujillo, quien se unió a lo más retardatario y frustró la elección. Martini le hubiera dado un aire de renovación tan necesario a la Iglesia.
En la cosmología, la biología y la medicina hay conflictos entre ciencia y religión. Basta pensar en la existencia del milagro: si se realiza un experimento o una investigación, ¿cómo saber si el resultado se debe a las leyes de la física y de la biología o es producto de un milagro? A los cosmólogos actuales no los queman vivos, pero si sus investigaciones se apartan de la ortodoxia religiosa corren el riesgo de que sus teorías sean rechazadas. Al postular un universo sin principio, la teoría de la creación continua de Fred Hoyle no requiere un dios creador. La teoría del big bang se ajusta mejor a la ley de Hubble que la de Hoyle y fue rápidamente aceptada al no entrar en conflicto con la idea de un demiurgo; además fue propuesta por el jesuita Georges Lemaître.