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El ataque de Estados Unidos a Irán apuntala la estrategia de Benjamín Netanyahu de rediseñar el mapa geopolítico del Medio Oriente, y abre de paso una peligrosa Caja de Pandora en una región altamente inestable. Tanto Donald Trump como Netanyahu ignoran las normas del Derecho Internacional, así justifiquen sus acciones como actos de defensa preventiva. De la incierta respuesta que Teherán de a las acciones contra sus instalaciones nucleares, dependerá el futuro de la paz no solo en la zona, sino, eventualmente, a nivel internacional.
El cambio que representa para el mundo lo ocurrido el sábado en la noche, tras el bombardeo de Fordow, Natanz e Isfahan, es total. Una cosa, ya suficientemente grave, era el ataque israelí contra Irán, y otra esta nueva escalada, impensable unos meses atrás. Para hacerlo, Trump no solo violó la Carta de la ONU, sino las normas internas de su país al no contar con la aprobación del Congreso. Además, desestimó los informes de su propia directora nacional de Inteligencia, Tulsi Gabbard, quien un par de meses atrás había dicho, coincidiendo con el reciente informe del Organismo Internacional de Energía Atómica, OIEA, que allí se continuaba con el proceso de enriquecimiento de uranio en niveles mayores de lo aprobado por la ONU, pero sin evidencia de la fabricación del arma atómica.
El máximo líder del régimen teocrático iraní, el ayatollah Alí Jamenei, tendrá la última palabra sobre el camino a seguir. Su decisión final podría ser, en lo inmediato, golpear alguna de las bases militares de Estados Unidos en la región, donde el país del norte tiene cerca de cuarenta mil soldados, y/o cerrar el Estrecho de Ormuz al paso de tanqueros dado que por allí circula el 20 % del petróleo mundial. Ya el Parlamento iraní aprobó su cierre, pero la decisión final la tiene ahora el Consejo Supremo de Seguridad Nacional.
Otra opción, llevar a cabo un ataque simbólico que le permita lavar la cara en su país y luego resolver el tema por la vía diplomática. Jamenei aseguraría así la continuidad de la revolución islámica en el país, manteniendo él la última palabra. Con el tiempo podría reconstruir su programa nuclear, pues al parecer los daños fueron grandes, pero no necesariamente definitivos, y, en especial, salvaría su propia cabeza frente a la amenaza de Washington y Jerusalén de tenerlo a él mismo como un próximo objetivo militar.
Netanyahu, dentro de su política belicista contra Gaza, la Margen Occidental, Líbano, Siria y Yemen, aprovecha la debilidad iraní con el propósito no solo de destruir su capacidad nuclear, o al menos debilitarla seriamente, sino que busca simultáneamente un cambio de régimen. Trump piensa lo mismo. El haber descabezado la cúpula militar en Teherán, así como la poderosa Guardia Revolucionaria, y asesinar a nueve científicos encargados del programa nuclear, muestra hasta dónde dicho país se encuentra infiltrado por la inteligencia de Israel.
De momento, el primer ministro israelí aparece como el ganador militar en la región. Condena a un futuro incierto la creación de un Estado Palestino con las atrocidades cometidas en Gaza. Neutralizó a Hamás allí, y a Hezbollah en el Líbano, extensiones de Irán en la zona. Tiene un pie en Siria, y Libia e Iraq no le representan una amenaza. Mientras, la mayoría de los países árabes, comenzando por Arabia Saudita y Egipto, agradecen en silencio los golpes asestados a su enemigo iraní. De escalar el actual conflicto, y si se lograra un levantamiento de los iraníes por el descontento con el régimen, la caída de los ayatollahs conduciría al país a una fragmentación similar a la que se presentó en Iraq y que persiste hoy en día.
Dentro del ambiente de incertidumbre reinante, pierden el Derecho Internacional, la ONU como organismo multilateral creado para garantizar la paz internacional, así como, muy especialmente y es lo más lamentable, las vidas de los miles de civiles que han sido asesinados en la región en estos últimos dos años y medio. Las victorias militares de hoy, que fortalecen a Netanyahu, no le garantizan que, con el paso del tiempo, no se le vuelvan en contra no solo a él, sino a los Estados Unidos de Donald Trump. El mismo presidente que se vanagloriaba de no haber iniciado guerra alguna, sino terminarlas. Su permisividad con Vladimir Putin en Ucrania o Netanyahu en Gaza, Líbano o Irán dejan grandes interrogantes en este cambiante mundo en transición.
