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Tres países, Estados Unidos, Israel y Rusia, han llevado a cabo ataques militares en los últimos días, con total desconocimiento de las normas del Derecho Internacional, sin aparentes consecuencias para sus ejecutores. Este tipo de actuación unilateral, contra y con un objetivo específico, se está convirtiendo en los últimos años en una constante en el escenario mundial. Infortunadamente, la acción de los demás gobiernos, o de los organismos multilaterales, es pobre y, en el mejor de los casos, tardía.
El primer caso se presentó hace un par de semanas cuando una lancha fue hundida entre Venezuela y Trinidad y Tobago, por parte de EE UU. El gobierno Trump dijo que iban 11 venezolanos a bordo, pertenecientes al Tren de Aragua y que transportaban drogas con destino al país del norte. Dado que desde Washington se le había dado la denominación de grupo terrorista, y se había autorizado el uso de la fuerza militar para combatir el tráfico ilícito de drogas, este era el resultado. Conclusión: se continuaría con una metodología similar en adelante, luego del despliegue de una flotilla de guerra frente a las costas venezolanas.
Este hecho, contrario a las normas internacionales, sienta un grave precedente, tal y como lo señaló la Oficina de Washington Sobre Latinoamérica (WOLA, por sus siglas en inglés). Según WOLA, el uso de fuerza letal, sin agotar todos los pasos previstos para llevar a cabo una interdicción en el mar, puede considerarse como un asesinato. Lo anterior está sujeto a que se conozcan todos los detalles del caso, pues, de momento, las autoridades norteamericanas no han suministrado información al respecto.
El segundo hecho se presentó una semana después, cuando el gobierno de Benjamín Netanyahu decidió bombardear unilateralmente Doha, la capital de Catar. En el sitio donde al parecer se encontraban reunidos integrantes del grupo terrorista Hamás, discutiendo las condiciones del cese al fuego con Israel, sobre la base de la propuesta de los Estados Unidos, murieron cinco de ellos. El gobierno israelí se arroga de nuevo el derecho de actuar, en este caso con la excusa de retaliar frente a un condenable atentado terrorista en Jerusalén. Lo anterior, coincidencialmente, en momentos en que Hamás parecía dispuesto a aceptar las condiciones de Washington. A pesar del daño causado, tanto Catar como el grupo fundamentalista van a continuar con las negociaciones.
Mientras tanto, Netanyahu continúa con la destrucción de la Ciudad de Gaza, donde miembros de su gabinete han anunciado que será arrasada, obligando al desplazamiento forzado de las cerca de un millón de personas que allí se encontraban, sin tener mayores opciones de a dónde ir. Simultáneamente, y a pesar de la oposición del secretario general de la ONU, Antonio Guterres, se anunció la construcción de nuevos asentamientos para colonos israelíes en Cisjordania, y el anuncio del primer ministro israelí, previo a la Asamblea General de la ONU, de que no habrá un Estado Palestino. Se corrobora así lo que se esperaba desde hace algún tiempo.
Pocas horas después del ataque israelí en Catar, el autócrata ruso Vladimir Putin ordenó el sobrevuelo con drones sobre territorio polaco, en un hecho sin precedentes. Todo indica que Moscú buscaba sondear cuál sería la respuesta de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, a la cual pertenece Estados Unidos, frente a una provocación militar contra uno de sus miembros: Polonia. A diferencia de Ucrania, que no lo es, esta es una acción directa contra un miembro de la OTAN. Dos días después Rumania, otro miembro de la Alianza, anunció el sobrevuelo de un dron, al parecer de procedencia rusa. Putin sigue jugando con fuego.
Estos dos últimos hechos se dan justo después de la reunión de Putin con Trump en Anchorage, unas semanas atrás, y luego la reunión con varios de los más importantes líderes europeos, incluido el presidente ucraniano, Volodomír Zelenski. Donald Trump queda así en una situación compleja al hacerse evidente que su liderazgo pacificador no sirve. Antes de asumir la presidencia, Trump había dicho que en el primer día de gobierno acabaría la guerra en Ucrania. Dado que el ocupante de la Casa Blanca está tan interesado en ganar el Nobel de la Paz, ni Putin ni Netanyahu, sus dos amigos, parecen dispuestos a permitirle que así sea.
En este Nuevo Orden Internacional que se está definiendo es demasiado preocupante que no se pueda contar con un árbitro internacional que impida que este tipo de hechos se continúen produciendo. ¿Quién podrá defendernos?
