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El fin del mundo

El “Mural” y el Palacio

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José Luis Ramírez León
10 de noviembre de 2025 - 05:00 a. m.
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Hay libros que salen de la razón y recrean temas de ficción. Hay otros que nacen de la ficción y recrean hechos históricos. Los hay que combinan la razón y la ficción para elaborar un Mural que tiene como fondo hechos ciertos, y todavía no esclarecidos del todo. Donde las emociones se agolpan y se entrelazan para entretejer una historia, que son muchas historias. Donde víctimas y victimarios conviven durante 28 horas de horror, y cuyo fatal desenlace conocemos. Donde, como en el grabado de Goya, “El sueño de la razón produce monstruos”. Todo esto lo logra Ricardo Silva Romero en su reciente historia novelada Mural, que recoge los trágicos hechos de la toma y retoma del Palacio de Justicia, hace 40 años.

“Ficha técnica: Usted tiene enfrente un mural de nuestra guerra. No es una crónica, ni es una suma de testimonios, que ya hay muchas muy buenas, sino eso que digo: un mural, un recorrido, un barrido protagonizado por todos sus personajes”. Así se inicia el viaje por un Mural en el cual el lector, gracias a una cámara imaginaria que lleva al hombro y que se mueve sobre la base de las descripciones, es a la vez testigo y protagonista de los hechos. En cada escena (d)escrita se van colando imágenes de personas, de personajes, de cuidadosos descuidos, de edificios, de armas, de almas, de ideologías, de planes, de propósitos, de consignas, de rehenes, de municiones, de sótanos, de cafeterías, de despachos, de escaleras, de miedos, de valor, de intolerancia, de ruegos, de súplicas, de fuerza, de negación al diálogo, de asesinatos, de peticiones, de tanques, de balas, de ráfagas, de fuego, de humo, de baños, de sangre, de rescatados, de interrogados, de vejámenes, de torturados, de desaparecidos.

Existen murales que rememoran historias pasadas. De personas a los que contemplamos con detenimiento como si estuvieran congeladas en el tiempo dentro de paredes de granito. Pasados unos minutos, nos damos cuenta de que no somos nosotros los que las miramos. Son ellas, con sus ojos inquisitivos, las que nos observan. En el caso de Mural, las cerca de cien víctimas del Palacio de Justicia son las que, página tras página, nos cuestionan, nos hacen aflorar nuestra propia rabia, vergüenza, impotencia y dolor por un hecho que no debería repetirse nunca más. Allí, desde este libro, seguirán reflejando el momento en que dejaron de ser para convertirse en víctimas de un absurdo hecho de horror.

La del Palacio fue una tragedia que quedó marcada con tinta roja indeleble en la memoria colectiva de los colombianos. La misma que causaron de manera injustificada los miembros de una guerrilla, el M-19, que cometió un condenable acto de estupidez histórica; un ejército que parecía tener un plan previsto para aprovechar la situación y aplicar con eficiencia una política de tierra arrasada y un gobierno que fue sobrepasado por los hechos y cuyo presidente, Belisario Betancur, no estuvo a la altura que las circunstancias y el humanismo exigían.

Hoy, cuarenta años después, a pesar de la bibliografía existente, obras de teatro, películas, documentales, artículos, informes como el de la Comisión de la Verdad, fallos de la justicia, no solo de la nacional sino de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, todavía quedan cabos sueltos, hechos que necesitan verificaciones y revisiones adicionales, personas que de manera absurda se empeñan en glorificar la “genialidad” de un acto de terror, o, desde la otra orilla, una retoma hecha para “defender la democracia, maestro”. Y en el medio, las víctimas, las personas asesinadas, desaparecidas, o quienes salieron con vida, y todos sus familiares, que no han dejado de sentirse revictimizadas.

Como lo menciona de manera precisa Ricardo Silva Romero: “Y si nos quedamos unos segundos en este plano de nuestras caras abrumadas es para que sea claro que estamos esperando que empiecen a hablar”.

“Qué coronel va a atreverse a decir ‘sí, creímos que había que hacer lo que hicimos: creímos, envanecidos, ensoberbecidos, que había que arrasar con esas lacras’. Qué ministro va a confesar que hubo un pacto de silencio: un compromiso para hacerles creer las víctimas que estaban locas y reducir la masacre a combate. Qué guerrillero va a aceptar que tanto los revolucionarios como los pacificadores tienen cabezas de tiranos: ‘Tocaba matar’, sí, ‘tocaba meterlos en zanjas’. Qué político va a reconocer que no hay polarizaciones ni hay monstruos, sino identidades enfermas que no existen si no prevalecen”.

Parodiando a Augusto Monterroso, al terminar el lector podrá dejar el libro en su biblioteca, pero no por ello, dejará de saber que, al despertar, el dinosaurio continuará allí. “Es como si se encendieran las luces de un teatro. Es como si vinieran abajo las paredes que separan el escenario de la tras escena, pero también como si fuera obvio, de pronto, que los actores podrían ser los espectadores”. Un Mural espera una pronta visita y lectura obligada.

José Luis Ramírez León

Por José Luis Ramírez León

Abogado, analista internacional, profesor, periodista y diplomático. Colabora con varios medios de comunicación, nacionales e internacionales, así como diversos pódcast. Fue asesor del secretario general de la OEA y secretario general de la CAF.
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