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La creciente cantidad de noticias falsas, o engañosas, que pululan, se han potenciado con el uso indebido que se hace de las redes sociales y de la Inteligencia Artificial (IA). Son realidades evidentes en el día a día de la información y continúan ganando terreno en el mundo. Por estos motivos, un reconocido medio dedicado a la verificación de información en los Estados Unidos, PolitiFact, ha denominado a 2025 como “el año de las mentiras”.
Katie Sanders, su editora general, explicó el porqué de la determinación de no designar una sola mentira en particular, como lo venían haciendo desde hace 16 años. ¿El motivo? la avalancha de “fake news”, que hizo que 2025 haya sido un año “particularmente sombrío (pues) los líderes gubernamentales difunden narrativas distorsionadas a un ritmo agotador. Los mundos en línea están inundados de contenido generado por inteligencia artificial que incita a la ira. Los chatbots responden preguntas con información inventada, y el gobierno la incorpora a un reporte sobre la salud en Estados Unidos”. Es una realidad que se puede apreciar en cualquier lugar.
En el país del norte, esta situación se ha visto especialmente agravada por Donald Trump, quien se ha convertido en un abanderado de la posverdad, o, como lo denominaron sus asesores durante su primera administración, las llamadas “verdades alternativas”. Lo grave es que esas mentiras, que acuden con eficacia a la emoción de sus receptores, son aceptadas sin ningún tipo de verificación por parte de sus fanáticos seguidores, tienen efectos nocivos sobre seres humanos de manera individual, o sobre grupos humanos en su conjunto.
Desde 2009, PolitiFact selecciona anualmente la que considera la mentira del año, bajo la premisa de tres requisitos clave: que se repitan con frecuencia, que sean demostrablemente falsas y, que tengan consecuencias importantes. En 2024 ese nada grato “honor” le correspondió a la afirmación de Donald Trump, como candidato oficial del partido Republicano, y de su fórmula vicepresidencial, JD Vance, según la cual los inmigrantes haitianos en Springfield, Ohio, se estaban comiendo a las mascotas. Nada más alejado de la realidad. Su capacidad para mentir ya había sido evidente en la primera campaña presidencial y, durante su primer mandato en la Casa Blanca, el Washington Post documentó 30.573 afirmaciones falsas o engañosas, algo así como 21 al día.
Para el presente año, entre las posibilidades de mentiras individuales, estaban “las cifras inventadas por Trump para justificar los ataques mortales a las embarcaciones cerca de la costa de Venezuela (…) la afirmación del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu de que ´no hay hambruna´ en Gaza, y una gran cantidad de argumentos deshonestos sobre los aranceles, el cierre récord del gobierno estadounidense, las redadas de inmigración y los archivos de Jeffrey Epstein”. Al final, optaron por reseñar tres historias de contenido humano que demostraran cómo esas mentiras tuvieron un impacto individual: la guerra de aranceles del gobierno que afectó a un agricultor que no pudo vender soya a su principal cliente extranjero ni planificar la cosecha del año siguiente; una declaración sin fundamento por parte del secretario de Salud, sobre los peligros del uso del Tylenol y las vacunas, que llevó a una pediatra a dejar de atender pacientes personalmente, así como la dolorosa historia de dos hermanos salvadoreños que fueron a los EE. UU. siendo menores de edad, cumplieron con todas las normas y en uno de los chequeos de rutina ante inmigración, fueron detenidos y deportados a un país donde ya no tienen familia. Lo anterior, a pesar de que la administración había dicho que serían deportados los “peores de los peores” criminales.
El fenómeno de la posverdad no es nuevo. Existe una manida frase, atribuida al eficiente estratega de la propaganda Nazi, Joseph Goebbels, según la cual “una mentira repetida mil veces, se convierte en verdad”. A comienzos del Siglo XVI, Nicolás Maquiavelo había escrito en El Príncipe acerca del “sutil arte de mentir”, al cual debería acudir el gobernante para mantenerse en el poder. En esos casos la llamada estabilidad del Estado permitía el uso de la mentira como una herramienta útil en su desempeño como gobernante. Lo anterior, en lo que va corrido del Siglo XXI, con el uso equivocado de herramientas como las redes sociales o la IA, conducen a la proliferación exponencial de la mentira como parte de la realidad. Así vamos.
