Salieron los más recientes datos sobre la pobreza en Colombia, que confirman que en los últimos ocho años casi 5 millones de personas han superado dicha condición, y si nos devolvemos aún más al año 2002, esa cifra podría ser cercana a los 10 millones de personas. Es innegable que Colombia ha hecho un esfuerzo de lucha contra este flagelo, basado en una política social activa, así como en una estrategia de crecimiento económico que ha generado nuevos recursos para irrigarse en la sociedad. A corto plazo, la buena noticia es que después de un retroceso en 2016, en el último año volvemos de nuevo a mejorar en los resultados de la pobreza monetaria, tanto en términos de pobreza relativa como en aquellos de pobreza absoluta.
Desde 2010 ha habido avances importantísimos en la reducción de la pobreza medida en varias dimensiones, y especialmente considerando la calidad de vida de las personas. Esto último significa mejoras en educación, en las condiciones de la juventud y la niñez, en salud, en trabajo y en acceso a servicios públicos. Casi a continuación que salen resultados positivos como este, aparecen las “aves de mal agüero”, quienes acuden al argumento simplista de que todo es parte de un mal cálculo del DANE, o a descalificar la metodología. Uno puede creer válidamente que en la medición de pobreza monetaria una familia promedio de cuatro personas que reciba por encima pero cerca de $1 millón, realmente no ha acabado con la pobreza, y que se necesita más dinero para superar dicha condición. También podría criticar que los 15 indicadores utilizados para medir la pobreza multidimensional son incompletos, y en parte en ambos casos podrían tener razón. Pero aceptemos que la metodología es esa desde hace varios años y que con base en ella, el país ha pasado de una pobreza relativa del 49,4 % en 2002 al 26,9 % en 2017, o que hemos bajado en pobreza extrema en el mismo período del 17,8 a 7,4 %, o que finalmente desde 2010 a la fecha hemos reducido la pobreza multidimensional del 30,4 al 17 %. Podemos utilizar una metodología aún más ácida, pero desconocer el avance en el uso consistente de esta metodología es también necio. Las cifras son contundentes y Colombia en los últimos 15 años ha avanzado en enfrentar ese mal de la pobreza que es uno de los objetivos de desarrollo sostenible.
En la metodología actual aún hay retos por delante, que merecen la atención de la política pública, y complementariamente a pesar de los avances en las cifras de pobreza, estas siguen siendo altas. El primer desafío es trabajar en la Colombia rural, donde casi 4 de cada 10 personas viven en pobreza relativa y 2 de cada 10 viven en pobreza extrema con menos de $117 mil al mes, entre otras, por un serio problema de informalidad. La segunda conclusión es que el país necesita atender con urgencia departamentos como Chocó, Caquetá y La Guajira, donde se dan la peores cifras de pobreza, y donde la marginalidad tiene su origen en deterioro en la gestión pública, posiblemente dosis de corrupción y algo de olvido. Como lo decíamos acá en la columna anterior, se requiere un esfuerzo adicional de equidad territorial que no deje regiones atrás en el desarrollo.
Pero posiblemente el reto más importante es que este esfuerzo de reducción de la pobreza siga su marcha, asunto que no es fácil cuando empezamos a sentir en materia de empleo las consecuencias de una desaceleración económica, y cuando como ha señalado la ANIF: vivimos un momento de afugia fiscal, en el que se avecinan años de menos capacidad de inversión y donde los programas sociales pueden tener recortes.Si valoramos los mejores avances de Colombia en las últimas décadas, este sería uno de los más importantes, que entre otras ha construido una clase media emergente que, sin embargo, es un logro endeble que necesita que se le garantice empleos estables, capacidad para emprender y servicios públicos básicos de calidad.
Salieron los más recientes datos sobre la pobreza en Colombia, que confirman que en los últimos ocho años casi 5 millones de personas han superado dicha condición, y si nos devolvemos aún más al año 2002, esa cifra podría ser cercana a los 10 millones de personas. Es innegable que Colombia ha hecho un esfuerzo de lucha contra este flagelo, basado en una política social activa, así como en una estrategia de crecimiento económico que ha generado nuevos recursos para irrigarse en la sociedad. A corto plazo, la buena noticia es que después de un retroceso en 2016, en el último año volvemos de nuevo a mejorar en los resultados de la pobreza monetaria, tanto en términos de pobreza relativa como en aquellos de pobreza absoluta.
Desde 2010 ha habido avances importantísimos en la reducción de la pobreza medida en varias dimensiones, y especialmente considerando la calidad de vida de las personas. Esto último significa mejoras en educación, en las condiciones de la juventud y la niñez, en salud, en trabajo y en acceso a servicios públicos. Casi a continuación que salen resultados positivos como este, aparecen las “aves de mal agüero”, quienes acuden al argumento simplista de que todo es parte de un mal cálculo del DANE, o a descalificar la metodología. Uno puede creer válidamente que en la medición de pobreza monetaria una familia promedio de cuatro personas que reciba por encima pero cerca de $1 millón, realmente no ha acabado con la pobreza, y que se necesita más dinero para superar dicha condición. También podría criticar que los 15 indicadores utilizados para medir la pobreza multidimensional son incompletos, y en parte en ambos casos podrían tener razón. Pero aceptemos que la metodología es esa desde hace varios años y que con base en ella, el país ha pasado de una pobreza relativa del 49,4 % en 2002 al 26,9 % en 2017, o que hemos bajado en pobreza extrema en el mismo período del 17,8 a 7,4 %, o que finalmente desde 2010 a la fecha hemos reducido la pobreza multidimensional del 30,4 al 17 %. Podemos utilizar una metodología aún más ácida, pero desconocer el avance en el uso consistente de esta metodología es también necio. Las cifras son contundentes y Colombia en los últimos 15 años ha avanzado en enfrentar ese mal de la pobreza que es uno de los objetivos de desarrollo sostenible.
En la metodología actual aún hay retos por delante, que merecen la atención de la política pública, y complementariamente a pesar de los avances en las cifras de pobreza, estas siguen siendo altas. El primer desafío es trabajar en la Colombia rural, donde casi 4 de cada 10 personas viven en pobreza relativa y 2 de cada 10 viven en pobreza extrema con menos de $117 mil al mes, entre otras, por un serio problema de informalidad. La segunda conclusión es que el país necesita atender con urgencia departamentos como Chocó, Caquetá y La Guajira, donde se dan la peores cifras de pobreza, y donde la marginalidad tiene su origen en deterioro en la gestión pública, posiblemente dosis de corrupción y algo de olvido. Como lo decíamos acá en la columna anterior, se requiere un esfuerzo adicional de equidad territorial que no deje regiones atrás en el desarrollo.
Pero posiblemente el reto más importante es que este esfuerzo de reducción de la pobreza siga su marcha, asunto que no es fácil cuando empezamos a sentir en materia de empleo las consecuencias de una desaceleración económica, y cuando como ha señalado la ANIF: vivimos un momento de afugia fiscal, en el que se avecinan años de menos capacidad de inversión y donde los programas sociales pueden tener recortes.Si valoramos los mejores avances de Colombia en las últimas décadas, este sería uno de los más importantes, que entre otras ha construido una clase media emergente que, sin embargo, es un logro endeble que necesita que se le garantice empleos estables, capacidad para emprender y servicios públicos básicos de calidad.