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El papa Francisco y sus posturas de avanzada

José Miguel de La Calle
24 de agosto de 2015 - 02:02 a. m.

Desde hace muchos años, cuando estaba en el colegio, no me detenía a mirar con cuidado las encíclicas papales o los demás documentos oficiales que recogen la doctrina de la iglesia católica.

Ahora, el innegable carisma natural del papa Francisco, sumado a sus posturas abiertas y más consecuentes con los tiempos modernos, me empezaron a llamar la atención y me llevaron a profundizar sobre su pensamiento. Aunque estoy inserto formalmente en el catolicismo, no soy un ferviente practicante, pero debo decir que me ha cautivado y sorprendido gratamente la profundidad y el alto valor para la humanidad de los más recientes aportes que el máximo prelado ha expresado en distintos temas.

Me gustó la forma como planteó el tema de los padres divorciados, con una visión más realista. Pero, sin la menor duda y a mi juicio, el documento más importante e impactante que a la fecha ha publicado el papa es la Carta Encíclica Laudato Si, que hace un recorrido por los distintos aspectos de la actual crisis ecológica y una interpretación sencilla, pero muy articulada, de los mejores frutos de la investigación científica sobre calentamiento global, biodiversidad, explotación y consumo del agua y la energía, y otros aspectos esenciales de la relación del hombre con el planeta. El trascendental escrito resultaría relevante no sólo para los devotos de la religión católica, sino también desde una visión estrictamente laica o naturalista filosófica.

Como lo dice la Encíclica, la mayor parte del calentamiento global se debe a la concentración de gases de efecto invernadero emitidos a casusa de la actividad humana y que, “al concentrarse en la atmósfera, impide que el calor de los rayos solares reflejados por la tierra se disperse en el espacio”. Lo interesante no es sólo la transparencia y calidez del lenguaje que se utiliza para tratar un tema de alto rigor científico, sino la habilidad de su autor para ir más allá de la reiteración de los lugares comunes del estado del arte al resaltar, por ejemplo, el agravamiento de la situación que se daría en los años venideros, como resultado de factores como la liberación de gas metano y la descomposición de materia orgánica, por efecto del derretimiento de los hielos polares.

Es fascinante también cómo la Encíclica desnuda, con profundidad y ponderación, la problemática de la escasez del agua y del limitado acceso a energías limpias y renovables, pero sin reducirse a plantear los contornos técnicos y fácticos del asunto, sino dejando señaladas serias inquietudes éticas sobre el papel del ser humano en su relacionamiento con la naturaleza.

El severo desbalance en el ecosistema y la agudeza de la crisis ambiental llevan la lectura hacia un crudo pronóstico sobre los impactos ambientales de mediano plazo y hacen prever que “el control del agua por parte de grandes empresas mundiales se convierta en una de las principales fuentes de conflicto de este siglo”.

En materia de biodiversidad, resulta atractivo que el análisis no se circunscribe a la típica referencia de los efectos graves que conlleva la pérdida de especies para la alimentación y la curación de enfermedades, sino que, además, revela que -en ocasiones- las políticas que se implementan por los países desarrollados para hacer frente al problema de la desaparición de especies, terminan por agravar el problema, como, por ejemplo, cuando se reemplaza la flora silvestre por áreas forestadas con monocultivos.

Finalmente, lo que más llama la atención de la encíclica son las anotaciones específicas sobre lo que el papa llama “inequidad planetaria”, que muestra cómo los más graves efectos de todas las agresiones ambientales los sufre la gente más pobre. La cuarta parte de la población mundial vive junto al mar o muy cerca de él y son, precisamente, las personas más pobres quienes resultan siendo más afectadas por el crecimiento del nivel del mar a causa del calentamiento global. A ello se suma que la contaminación del agua afecta a los más pobres de forma más dura, quienes no tienen posibilidad de comprar agua envasada.

 

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