LOS RESIDENTES DE BOGOTÁ ESTAmos atormentados por el frío, los aguaceros sorpresivos, las calles semidestrozadas, los líos alrededor del Alcalde y el Personero y la divulgación a toda hora de grandes y pequeños casos de corrupción y violencia. Después de dos meses de fiestas y carnavales el país está hiperestésico por la unión de dos inviernos y la continuidad de los inciertos crucigramas políticos.
Ese feo panorama no lo ven quienes vinieron a conocer o a reconocer a Bogotá como turistas en el cambio de año. Es curiosa la emoción de los que escaparon de países con invierno de verdad y ahora están contando cosas buenas que para nosotros suelen pasar inadvertidas.
Extranjeros que afrontan restricciones en sus países por el clima o las crisis económica o política, descubren que Bogotá es una ciudad con temperatura ideal, en la que no son indispensables la calefacción ni el aire acondicionado.
En materia de flores todo el año nos ha ganado Medellín, que ahora ofrece un espectáculo de belleza y civismo por la reunión del BID. Pero es mucho lo que ha avanzado Bogotá en los antejardines de sus zonas residenciales y en el abundante mercado de los excedentes de flores del altiplano sabanero que no se exportan. En las congestiones de vehículos, legiones de desempleados venden flores. Una estación del Transmilenio tiene el nombre de un mercado de flores, y hay otros en diferentes lugares.
Un espectáculo que no se ve en otras ciudades es el de las ventas de frutas, tanto en los mercados especializados como en las ventas ambulantes. El secreto de la competencia consiste en la atractiva presentación de frutas importadas y nacionales. Con duraznos, peras o cerezas, forman pirámides que no se desbaratan con el ajetreo de las ventas y son un detalle de colorido y abundancia que adorna distintas calles.
Coletilla. Otro espectáculo divertido es el desplome de las pirámides no de frutas sino de pesos.
