NO HACE FALTA SER UN GENIO PARA darse cuenta de que el sistema financiero de Estados Unidos se encuentra en un estado de caos. Y también resulta obvio que no existe un consenso sobre cómo repararlo.
Los problemas en la economía y el sistema financiero estadounidenses han sido evidentes durante años. Pero eso no impidió que sus líderes recurrieran a las mismas personas que ayudaron a generar el caos, que no vieron los problemas hasta que éstos nos llevaron al borde de otra Gran Depresión y que han estado saltando de un rescate a otro, para rescatarnos.
Mientras los mercados globales se hunden, el plan de rescate puede rescatar a Wall Street, ¿pero qué pasa con la economía? ¿Qué pasa con los contribuyentes, ya hostigados por déficits sin precedentes y con facturas todavía pendientes de pago por una infraestructura en decadencia y por dos guerras? En estas circunstancias, ¿algún plan de rescate puede funcionar?
Sin duda, el plan de rescate es mucho mejor de lo que propuso originariamente la administración Bush. Pero su enfoque básico sigue estando plagado de errores fundamentales. Primero, se basa —una vez más— en una economía por goteo: si se arroja suficiente dinero a Wall Street, éste goteará hasta Main Street, beneficiando a los trabajadores y propietarios de viviendas. La economía por goteo casi nunca funciona y no es más factible que funcione esta vez.
Es más, el plan supone que el problema esencial es de confianza. Es, sin duda, parte del problema, pero el subyacente es que los mercados financieros otorgaron préstamos incobrables. Había una burbuja inmobiliaria y se otorgaron créditos sobre la base de precios inflados. Esa burbuja estalló. Los precios de la vivienda probablemente sigan cayendo, de manera que habrá más ejecuciones hipotecarias, y por más que se ensalce el mercado, nada va a cambiar esa realidad. Los préstamos incobrables, a su vez, crearon agujeros masivos en los balances de los bancos, que tienen que repararse. Cualquier rescate gubernamental que pague un valor justo por estos activos no hará nada para reparar ese agujero. Por el contrario, será como ofrecer transfusiones masivas de sangre a un paciente que sufre de una vasta hemorragia interna.
Incluso si se implementa rápidamente un plan de rescate, habrá cierta contracción del crédito. La economía de E.U. ha estado respaldada por un boom del consumo alimentado por un endeudamiento excesivo, y eso se reducirá. Los estados y las localidades están recortando los gastos. Los balances de los hogares son más débiles. Una desaceleración económica exacerbará todos los problemas financieros.
Podríamos hacer más con menos dinero. Los agujeros en los balances de las instituciones financieras deberían taparse de una manera transparente. Los países escandinavos demostraron la manera de hacerlo hace dos décadas. Warren Buffett mostró otra manera, al ofrecer capital accionario a Goldman Sachs. Al emitir acciones preferenciales con garantías (opciones), se reduce el riesgo de pérdida del público y se asegura que la gente participe en parte del potencial de ganancia.
Esta estrategia no sólo está probada, sino que además ofrece los incentivos y los medios necesarios para que se reanude el préstamo. Evita la tarea desahuciada de intentar valuar millones de hipotecas complejas y los productos financieros aún más complejos en los que están encajadas, y se ocupa del problema de los “limones” —el Gobierno no puede deshacerse de los peores activos o los más sobrevaluados—.
Al mismo tiempo, se pueden tomar varias medidas para reducir las ejecuciones hipotecarias. Primero, se puede lograr que la vivienda resulte más accesible para los pobres y de medianos ingresos al convertir la deducción hipotecaria en un crédito tributario transformable en efectivo. Segundo, se necesita una reforma de la ley de quiebras para permitirles a los propietarios amortizar el valor de sus hogares y quedarse en sus casas. Tercero, el Gobierno podría asumir parte de una hipoteca, aprovechando sus costos de endeudamiento más bajos.
En contraste, la estrategia del secretario del Tesoro, Henry Paulson, es otro ejemplo del juego que llevó al caos. Los bancos de inversión y calificadoras de crédito creían en la alquimia financiera —la noción de que se puede crear un valor significativo reorganizando los títulos valores—. La nueva visión es que el valor real se puede crear desorganizando los títulos valores —sacando estos activos del sistema financiero y entregándoselos al Gobierno—. Pero eso requiere pagar de más por los activos, lo que beneficia sólo a los bancos.
Al final, existe una alta probabilidad de que si se adopta un plan de estas características, los contribuyentes quedarán en una situación peligrosa. En economía ambiental existe un principio básico: “quien contamina paga”. Es una cuestión de equidad y eficiencia. Wall Street contaminó la economía con hipotecas tóxicas. Ahora debería pagar por la limpieza.
Existe un creciente consenso de que cualquier rescate basado en el plan de Paulson no funcionará. Si fuera así, el gigantesco incremento en la deuda nacional y la comprensión de que ni siquiera US$700.000 millones alcanzan para rescatar a la economía erosionarán aún más la confianza y agravarán su debilidad.
Pero resulta imposible que los políticos no hagan nada en una crisis de esta naturaleza. De modo que tal vez tengamos que rezar para que un acuerdo redactado con la mezcla tóxica de intereses especiales, mal manejo económico e ideologías de derecha que produjeron la crisis produzca un plan de rescate que funcione —o cuyo fracaso no cause demasiado daño—.
Poner las cosas en orden —lo que incluye un nuevo sistema regulatorio que reduzca la posibilidad de que vuelva a producirse una crisis semejante— es una de las muchas tareas que le quedarán a la próxima administración.
*Premio Nobel de Economía en 2001 Project Syndicate 1995 - 2008.