Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.

Adiós pericia, hola ridiculez

Juan Carlos Botero

12 de noviembre de 2009 - 10:57 p. m.

¿QUIÉN IRÍA A UN CONCIERTO DE música clásica, con todo lo que eso implica, desde comprar las boletas, atildarse un poco, conducir hasta el auditorio, estacionar, tomar asiento en la platea e invertir un par de horas de su tiempo para escuchar una pieza magistral ejecutada, no por un virtuoso sino, digamos, por un computador? Nadie, obviamente.

PUBLICIDAD

Sin embargo, eso es lo que hace la gente con el arte conceptual de hoy. Admira piezas que sus creadores a menudo ni siquiera hacen. El artista ya no crea una obra en el sentido tradicional, pues su talento se mide por el concepto, la idea, a tal punto que la figura la pueden fabricar otros. Aun así, el artista cobra una fortuna por la misma. El tiburón y los botiquines de remedios de Damien Hirst, por ejemplo, o las aspiradoras en cajas de acrílico de Jeff Koons (que el año pasado obtuvieron casi 12 millones de dólares en subasta), son piezas que estos artistas no hicieron con sus propias manos. Incluso, hace poco Hirst inauguró una exposición en Londres, y como algo especial anunció que él mismo había pintado los cuadros. Entonces se hizo clara su falta de talento, pues la crítica, de manera unánime, fustigó las obras sin piedad.

 Lo cierto es que la pericia en el arte ha perdido su valor. Y es una lástima, porque uno de los aspectos que más se han admirado en todas las artes, desde las pinturas de las cavernas en las montañas de Europa, en Lascaux y Altamira, trazadas a la luz de antorchas con instrumentos precarios hace más de 20.000 años, ha sido la destreza técnica de su creación. Más aún: lo que ha distinguido al artista del resto de los mortales desde la antigüedad ha sido, justamente, el dominio de un oficio que pocos pueden emular, un talento para producir cosas bellas o tocar un instrumento en forma singular o dar un paso de baile sorprendente o interpretar un personaje con fuerza memorable. La gente no admira lo que todo el mundo hace, sino lo que resulta único y excepcional, porque sabemos que para producir ese resultado se requieren años de estudio, práctica, dedicación y trabajo obsesivo. Esa experiencia acumulada es lo que permite aquel trazo magistral, o ese paso envidiable, o esa sonora melodía o aquella expresión inolvidable. “Lo bello es difícil”, escribió Platón.

Read more!

El arte conceptual de hoy es el resultado de lo que inauguró Marcel Duchamp en 1917 con su famoso Orinal, el objeto ready-made. Pero aquí hay una falacia. Se habla del arte conceptual como si antes el arte no tuviera ideas. Todo arte ha sido conceptual, pues una obra maestra se considera como tal por la idea que encarna y por la maestría en su ejecución. En el arte contemporáneo esa maestría ya no importa y sólo vale la idea, el supuesto concepto. Lo malo es que esas ideas son, con frecuencia, triviales, y la ejecución de la obra, deleznable. En estos días sale a subasta en Nueva York una obra de Maurizio Cattelan estimada entre 180.000 y 250.000 dólares. Son dos conejos disecados, cuyos ojos han sido cambiados por ojazos grandes de vidrio. La gente debate el “significado oculto” del artista. Yo me pregunto qué miran con tanto asombro este par de conejos. Quizás que la gente sea tan tonta como para pagar estas fortunas por semejantes piezas tan ridículas.

Read more!
Conoce más

Temas recomendados:

Ver todas las noticias
Read more!
Read more!
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.