“A esta presidencia le falta calle”, me dijo hace poco un amigo cercano. Mucho tecnócrata y joven profesional, añadió, pero son personas alejadas de la dura realidad y de la vida diaria en Colombia. “Les falta calle”, volvió a decir. Y tiene toda la razón.
Más aún, lo que más impacta de esta presidencia es eso: la desconexión. El abismo entre la retórica oficial y la realidad nacional. Iván Duque no está sintonizado con el país y son muchos sus actos que lucen deliberados, contrarios al sentimiento popular, como si el presidente deseara ofender a su pueblo en vez de servirle.
Este Gobierno lleva estampado el sello de la incoherencia en toda la frente. A pesar de tantos discursos sobre la lucha contra la corrupción, una pregunta se impone: ¿qué se requiere para merecer el rechazo del presidente o el despido inmediato de un subalterno? No, por lo visto, que se le pierdan a una ministra $70.000 millones, o que otro califique a un país amigo de enemigo, o que aquel llame a los niños del país máquinas de guerra. El presidente apoya a la primera contra viento y marea, y al segundo, en vez de destituirlo, lo condecora.
No sólo eso. Si a un fulano lo pillan plagiando, como Tito José Crissien, el presidente lo nombra ministro de Ciencia. Si lo hace la presidenta de la Cámara e incluso si lo confirma la Universidad Externado, Duque la condecora. Y a Alberto Carrasquilla, después de incendiar el país con su desatinada reforma tributaria, en vez merecer el exilio, el presidente lo premia con un alto cargo en el Banco de la República. Cada uno de estos actos es una bofetada al pueblo colombiano, y es tal la desconexión del presidente que no sólo comete estos errores, sino que después no entiende cuando lo critican por hacerlo. Hasta suena ofendido por la acusación.
Es tal la incoherencia entre la teoría y la práctica que Duque, en Glasgow, se presenta como defensor del medio ambiente, pero pasa por alto un dato incómodo: Colombia es el país con el mayor número de asesinatos de ambientalistas en el mundo. Y más todavía: el presidente felicita a las Fuerzas Armadas por su mejoría en los derechos humanos, y aunque sería una infamia desconocer el servicio de los agentes del orden, a la vez es imposible olvidar las imágenes que todo colombiano tiene grabadas en su retina de los abusos de esas mismas Fuerzas durante las protestas. Una población indefensa que marcha en paz por las calles, con los oficiales a caballo galopando entre la multitud y repartiendo bolillazos sobre la gente que chilla aterrada, y los agentes del Esmad moliendo a golpes a mujeres, y los policías usando sus motos para ocultar de las cámaras a los caídos en el asfalto, mientras el parrillero les da patadas en la cabeza. Hablar sobre derechos sin admitir esos lunares refleja la ausencia del presidente y su falta de sintonía con la gente.
Eso es lo peor de este Gobierno. El divorcio entre la retórica y la realidad. La desconexión. Tantos discursos que prometen reformas y hablan como si estas ya fueran realizaciones, cuando ni siquiera se han estrenado. Iván Duque no está sintonizado con su pueblo, eso explica, en gran parte, su impopularidad y a la vez el desastre de Gobierno que ha sufrido Colombia en estos años.
Le falta calle al presidente, sin duda. Calle y corazón.