Hace poco la preciosa Margarita Rosa de Francisco hizo algo inusual: protagonizó un debate religioso. Una usuaria de Twitter la insultó y Margarita replicó con una frase que retumbó en las redes sociales: “No creo en su dios inmundo”. Luego precisó: “Creo en Diosa”. Después el embajador de Colombia ante la OEA, Alejandro Ordóñez, saltó al ruedo con una cita de Donoso Cortés sobre la soberbia del hombre y su rechazo a Dios.
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Hace poco la preciosa Margarita Rosa de Francisco hizo algo inusual: protagonizó un debate religioso. Una usuaria de Twitter la insultó y Margarita replicó con una frase que retumbó en las redes sociales: “No creo en su dios inmundo”. Luego precisó: “Creo en Diosa”. Después el embajador de Colombia ante la OEA, Alejandro Ordóñez, saltó al ruedo con una cita de Donoso Cortés sobre la soberbia del hombre y su rechazo a Dios.
No es raro que el ex procurador general se meta en disputas religiosas. Cuando se hundió en el Congreso el proyecto que reglamentaba la eutanasia en el país, él celebró: “Triunfó la vida”. Ordóñez se ha opuesto al matrimonio homosexual, comparó el aborto con el Holocausto, rechazó el proceso de paz y la legalización de las drogas, dijo que la migración de venezolanos era una estrategia de Maduro para difundir el socialismo, y hasta participó en una quema de libros, incluyendo los de García Márquez.
Pero lo que más me sorprende de todo esto es el debate sobre Dios. Cada uno puede concebir la divinidad como quiera, pero esa creencia es personal e intransferible, y es peligroso pensar que mi concepto de Dios es el único verdadero. Por apasionada que sea la persona y por fuerte que sea su fe, conviene recordar toda la sangre derramada, a lo largo de los siglos, por tratar de anular otras ideas de Dios y por imponer la propia sobre los demás.
Lo cierto es que nadie sabe a ciencia cierta nada sobre la divinidad. En esta materia una persona puede tener creencias pero no certezas, y para justificar su posición la gente suele acudir a un texto sagrado, como la Biblia, para demostrar la validez de la misma. Y eso siempre me ha causado dos inquietudes.
La primera es que si se acepta la tesis monoteísta, que Dios es uno solo, ¿por qué entonces hay tantos textos sagrados y por qué son tan diferentes? Si el autor de la Biblia, del Corán, del Libro de Mormón y de los Vedas de la India (entre muchos otros) fue Dios y Este es único, los textos deberían ser idénticos. Como no lo son, de ahí estalla el debate sobre cuál de los textos es la auténtica revelación de Dios y esa disputa ha hecho correr ríos de sangre durante milenios.
Y la segunda inquietud es con la Biblia, pues la mayor prueba de que esta no fue dictada por Dios es la Biblia misma. Si en realidad lo fuera, todo el texto sería atemporal y la validez de su contenido no dependería de la época, el lugar o la cultura. Hay partes que lo son, sin duda, como el Génesis y el Cantar de los Cantares: textos preciosos que inspiran y conmueven y que son eternos, siempre actuales. Pero hay mucho en la Biblia claramente escrito por hombres falibles, presos de los prejuicios de su tiempo. Por eso se justifica la venta de las hijas, y se acepta la esclavitud, y se ordena el genocidio y la muerte por laborar en el día sagrado, y se condena el homosexualismo. Todas esas normas quizás fueron válidas en otra época, pero no ahora, y es ilógico que la palabra de Dios tenga fecha de vencimiento.
Lo grave, entonces, es cuando alguien se cree el intérprete de Dios. Piensa como yo, dice, porque conozco Su voluntad. Se requiere mucha arrogancia para pensar así. Esa persona debería respetar otras creencias y dejar en paz a quienes piensan distinto, empezando con la bella Margarita Rosa de Francisco.