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Elogio de la lealtad

Juan Carlos Botero

19 de diciembre de 2025 - 12:05 a. m.

Hay una escena en The Town, la película dirigida por Ben Affleck y en la que también actúa, que siempre me ha cautivado. La historia toma lugar en Boston, y relata las andanzas de un grupo de amigos de vieja data, asaltadores de bancos. En la escena que evoco, Affleck entra de pronto en casa de su amigo y le suelta a bocajarro un favor. Necesito tu ayuda, le dice. Habrá violencia. No sé cuántos serán. Tenemos que entrar y golpear duro y rápido, y podremos salir mal. Para rematar, nunca me puedes preguntar nada al respecto. Su amigo, que estaba tumbado en el sofá viendo la tele, lo oye sin inmutarse y se limita a preguntar: “¿Qué auto usamos?”.

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La escena me seduce por la inmediatez de la respuesta. Es tal la lealtad que existe entre ellos, que jamás se cuestiona la misión, ni se antepone la propia seguridad ni el peligro que correrá la vida. Lo único que importa es que un amigo ha pedido ayuda. Y eso basta y sobra. Nada más cuenta. Ni el posible costo penal o físico, ni el desenlace. Entre amigos un favor se hace, sin reparos y sin pensarlo dos veces. Y punto.

Esa es la amistad que valoro. La del compañero de armas que uno ha escogido a lo largo de la vida y que es más leal que un hermano. Es la persona en la cual uno confía a ciegas, con toda la entrega y toda la seguridad y naturalidad, porque el sol se puede extinguir y el mundo puede estallar en una hecatombe apocalíptica antes de que ese amigo te dé la espalda.

En ese sentido, agradezco que he tenido una suerte inmensa, una que, como todas las grandes suertes de la vida, uno sospecha inmerecida, porque he gozado de la fortuna de tener esa clase de amigos. Con los cuales no importa el paso del tiempo, por ejemplo. A quienes puedes dejar de ver meses o años, y tan pronto los saludas con un fuerte abrazo retomas el hilo de la última conversación, como si no hubiera transcurrido más que un parpadeo. Y en quienes puedes depositar tus temores o tus secretos más profundos, o encargarles lo más sagrado que atesoras en la vida, y sabes que lo custodiarán con mayor cuidado y recelo que si ese tesoro fuera de ellos. No son un millón, como pedía un cantante hace años, pero sí un puñado de viejos y verdaderos camaradas. Fieles y leales como sólo lo puede ser un amigo de verdad. De manera incondicional.

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Por mi lado, he tratado de estar a la altura de esa sagrada amistad, y repaso con gratitud cuando he sentido la grandeza de la solidaridad. Recuerdo una vez, cuando era muy chico, luego del secuestro de mi madre, cuando tuvimos que salir intempestivamente del país, que mis amigos llegaron al aeropuerto al amanecer para la despedida. Nunca supe cómo se enteraron de lo que había pasado, ni de lo que estaba por suceder, porque no se sabía si algún día podríamos regresar a Colombia. Entonces uno de ellos, mientras caminábamos hacia la sala de embarque, sin decir una palabra, pasó su brazo por mi hombro y me apretó con fuerza. Nada más. En ese instante sentí un apoyo que aún me emociona, y que sé que nunca podré pagar de vuelta.

En fin, esos son los amigos de los que hablo. Lo mejor de cada casa, como decía Serrat. Ellos saben quiénes son, y que esta sea la ocasión, ya que acaba de pasar la temporada de acción de gracias, para saludarlos y agradecerles por lo que son y han sido: auténticos amigos del alma.

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@JuanCarBotero

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