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¿Por qué no hay más? ¿Por qué no vemos más gigantes de la política? ¿Por qué son tan poco comunes?
Cada uno resaltará al coloso de su preferencia: Bolívar, Lincoln, Gandhi, Churchill, Roosevelt, etc. Pero lo cierto es que el gran líder es excepcional. No hablo del político exitoso que gana elecciones. De esos hay miles, y miles son olvidables. Me refiero a la figura heroica y trascendental que cambia la historia, mueve montañas, lidera millones y transforma, para bien, el curso de la humanidad.
Su aparición es infrecuente e incomprensible, y más cuando se aprecian las grandes universidades del mundo. Cada año se gradúan miles de jóvenes brillantes y bien formados; excelentes oradores con ideas frescas y audaces. Siendo así, ¿por qué un Martin Luther King es tan raro? ¿Por qué no hay cien por promoción?
El caso de Estados Unidos es aún más extraño. Con una población tan grande, una economía tan rica y una cultura tan pujante, deberían abundar líderes inmensos en cada elección. En cambio, en casi todas los candidatos sobresalen por mediocres, y pocos tienen la talla de un verdadero estadista, con un aura de grandeza que los ubica en un pedestal diferente y superior.
La razón es una paradoja. Para ser un político de estas ligas, una figura suprema que no solo gana votos sino que salva a su pueblo del abismo, se requiere un ego en grado extremo, la convicción de que la persona ha sido escogida por el destino o por los dioses, entre millones de compatriotas, para liderar a su nación y llevar a cabo una labor histórica. Pero para ser un político de este calibre también se requiere una dosis similar de sensibilidad y compasión para saber cómo sufren los demás y para sentir la urgencia de combatir injusticias. Ambas cualidades son indispensables, pero suelen ser excluyentes e incompatibles.
Todo político tiene sed de poder y un ego inmenso, que desea ver su rostro en vallas publicitarias y le fascina escuchar su propia voz. Eso no lo critico. Seguro son rasgos claves para triunfar en política. Pero si ese ego no lo acompaña una empatía igual de grande, su aporte se esfumará por vanidad y falta de conexión popular. El líder con un ego superior se suele alejar de quienes sufren en la calle, y aquél motivado por una gran compasión casi nunca le interesa el poder o el cargo público, ni tiene el gusto por la contienda electoral. A menudo estas figuras son líderes sociales o espirituales, pero no siempre son buenos políticos. Además, no todo dirigente tiene estas cualidades en la misma medida. Churchill, por decir, quizá tenía más ego que compasión, como Napoleón. Y Gandhi quizá tenía más compasión que ego, como Mandela. Pero se requiere de ambas, en dosis titánicas, para forjar al político legendario.
Sin duda, pocos tienen el formidable ego de un gigante, y pocos tienen la empatía y la hondura espiritual para sacrificarse por otros. Por eso el gran líder es tan excepcional, porque combina estas dos cualidades, en grado extremo, que casi nunca van de la mano.
Las elecciones en Estados Unidos lo demuestran. Se disputan el cargo político más importante del mundo dos señores que no están en condiciones para ocuparlo. Uno por corrupto y criminal, condenado por la justicia, y otro por frágil y anciano. Se acerca el abismo, y cuánta falta hace un líder del tamaño de Lincoln.
@JuanCarBotero