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La falacia del presidente empresario

Juan Carlos Botero

18 de febrero de 2022 - 12:30 a. m.

Desde hace años y en todo el mundo, suele irrumpir en las elecciones una figura que promete salvar a la nación de la corrupción y del caos, del despilfarro y del desorden y de todos los defectos de la democracia: el presidente empresario.

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Comprendo la tentación. El anhelo de hallar esa especie de mesías. Para quien prioriza el orden y la eficiencia, la anarquía de la democracia es difícil de soportar y más aún de apreciar. El deseo de manejar el país como si fuera una empresa, con un gobierno esbelto y eficaz, y los engranajes del Estado aceitados y funcionales, y la disciplina en acción y el fárrago de opiniones puesto en cintura, es muy grande. Si una empresa fabrica productos a tiempo y con rigor, manteniendo la calidad y los costos bajo control, ¿por qué no hacerlo a nivel nacional, con el gobierno diseñando leyes, políticas y programas con la misma eficacia? Eso sólo lo puede hacer alguien con don de mando y experiencia empresarial.

Repito: es muy tentador.

Sin embargo, esa figura es un espejismo. ¿Cuántos empresarios en la historia han sido presidentes exitosos? Piénsenlo y verán. El último ensayo de EE. UU., el supuesto millonario y ejecutivo Donald Trump, fue un fracaso total. Su manejo negador y lunático de la pandemia causó miles de muertes innecesarias. Y en temas esenciales como el racismo y la misoginia, hubo tal retroceso que brotaron movimientos nacionales de protesta, como el #MeToo y el Black Lives Matter. Cuando el presidente sugiere que el abuso es aceptable, eso contagia a toda la sociedad, envileciendo a las autoridades y a los poderosos que se creen por encima de la ley. Y todo eso acabó en el sangriento asalto al Capitolio del 6 de enero.

Insisto: esa figura es una falacia. Y la razón es muy sencilla: un país no es una empresa. En un país coexisten fuerzas e intereses que suelen ser opuestos y a menudo incompatibles. Y un presidente tiene que tener el tacto y el liderazgo para escucharlos, manejarlos y orientarlos hacia una meta nacional, que es el bien común. Eso no sucede en una empresa.

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El objetivo de una empresa es producir una ganancia. No es el único, pero es el más importante. Y no tiene nada de malo. Ése es el motor del capitalismo. Pero para liderar un país se requiere atender muchos frentes contrarios y al tiempo, incluyendo alentar la economía y proteger el medio ambiente; defender la industria y la fuerza laboral; respetar a las Fuerzas Armadas y los derechos humanos; fomentar el sector privado y reducir la desigualdad, y muchos, muchos más. El empresario carece de experiencia en manejar esa confluencia de fuerzas e intereses contradictorios. Además, para ser un buen presidente hay que amar el caos de la democracia y no considerarlo un mal que se debe evitar. Esa babilonia de voces es parte de la pujanza nacional, del gran experimento político que defendió Lincoln y que nunca se termina de construir.

No obstante, son tan grandes y complejos los problemas de Colombia, que la gente anhela la llegada de un superhéroe que los resuelva todos. Un mesías. Y el mesías de los ricos es el presidente empresario.

Quien desea que el país funcione como una empresa no sabe cómo funciona un país. Porque si queremos salir de esta crisis no necesitamos un mesías. Necesitamos un gran político. Y ante todo un gran ser humano.

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@JuanCarBotero

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