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La meta errada del arte

Juan Carlos Botero

04 de julio de 2025 - 12:05 a. m.

Durante miles de años, y a pesar de las muchas diferencias que existían entre los artistas, todos compartían un mismo propósito esencial: crear belleza.

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Más aún, los artistas del pasado sabían que ellos eran los responsables de crear la belleza de su tiempo. Por eso, al ingresar en cualquiera de los mejores museos del mundo, lo primero que impacta es el asombroso talento del ser humano para crear objetos bellos y sublimes, incluyendo joyas y vitrales, tallas y mármoles, ánforas y estampas, cuadros y retablos, urnas y sarcófagos, bronces y tapices.

Las dos guerras mundiales del siglo XX cambiaron esto para siempre. A partir de entonces, la función del arte ya no consistiría en ofrecer deleite estético sino afrontar las durezas de la vida y denunciar la barbarie y las injusticias de la sociedad, abordar la crueldad y registrar la faceta más dolorosa de la existencia, sin eludirla o maquillarla mediante la belleza plástica. Como escribió Mario Vargas Llosa, la tarea del artista se volvió otra: “expresar los grandes traumas y desequilibrios, la desgracia, el furor, la desesperación y la angustia”.

Sin embargo, de ser así, ¿por qué las peores atrocidades de la modernidad yacen huérfanas de representación pictórica? El último lienzo significativo que tuvo la calidad para sobrevivir a la denuncia burda y panfletaria, que apuntó a algo más profundo y terrible de la condición humana, fue la obra maestra de Pablo Picasso Guernica, inspirada en el bombardeo aéreo realizado por la Legión Cóndor de la Luftwaffe alemana, el lunes día de feria, 26 de abril de 1937. En cambio, como indica el crítico australiano Robert Hughes, no hay un solo cuadro de valor que haya expresado el infierno de Auschwitz, la devastación de las bombas atómicas en Hiroshima o Nagasaki, la infamia del gulag de Stalin, los campos de la muerte del Jemer Rojo, o el salvajismo de tantas otras guerras como la de Argelia o Vietnam. Tenemos, eso sí, una abundancia de novelas, poemas, fotografías, películas, documentales, ensayos y estudios hechos desde todos los ángulos sobre cada una de esas calamidades, pero casi ninguna obra plástica de importancia.

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¿Esto qué significa? Que los conflictos sociales y políticos más sangrientos de nuestra era carecen del arte que los represente. Y demuestra con claridad, como pocas otras cosas, lo que para muchos es el mayor problema del arte actual, pues se puede decir que este tiene una meta equivocada (o “equivocada” al menos, con respecto a la gran historia de la pintura, pues ya no aspira a deleitar al espectador sino a escandalizarlo, desafiarlo o chocarlo). Pero más grave todavía es que ni siquiera ha alcanzado dicha meta, aun en los momentos históricos más apremiantes. Hemos visto intentos en la llamada pintura de protesta y en el arte comprometido y conceptual, pero sus resultados no han sido afortunados, pues se trata de creaciones “más notables por sus polémicas que por sus cualidades estéticas”, como dice el mismo Hughes.

Lo cierto es que las artes plásticas cambiaron de meta a partir de las guerras mundiales, la que habían ejercido desde las pinturas de las cavernas en Lascaux y Altamira. Pero lo preocupante no es sólo que no han alcanzado su propia meta. Lo peor es que han derivado en un arte banal y efímero, que nos ha empobrecido a todos.

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@JuanCarBotero

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