Muchos dicen que lo peor de este gobierno es su falta de resultados. Ojalá fuera cierto.
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Si lo malo fuera solo lo poco que ha hecho Gustavo Petro, no sería tan grave. Lo peor es lo mucho que además ha destruido: la salud, el Icetex, la seguridad, la crisis fiscal y energética, el enredo de los pasaportes, Ecopetrol devaluada en 30 % y un largo etcétera.
Colombia es un país demasiado sufrido para que el gobierno, en vez de resolver problemas urgentes y reales, invente más. Porque todas estas crisis son innecesarias y nacen del desgobierno de Petro. El error del presidente gira en torno a una palabra. Petro creyó que su papel en la Historia era ser un revolucionario. Lo que se necesitaba era que fuera un reformador. Y ese error nos ha costado sangre.
Una prueba es la salud. En 1993, solo el 25 % del pueblo colombiano tenía acceso a la salud. En 2022 ese porcentaje había crecido al 95 %. La atención médica era imperfecta y mucho se podía mejorar. Si Petro se hubiera dedicado a corregir lo malo y aumentar el 5 % de la cobertura faltante, habría logrado el cambio prometido, pero un revolucionario cree que debe inventar todo de nuevo, y lo que hizo el presidente fue acabar con las EPS sin tener con qué reemplazarlas. Los resultados saltan a la vista. Una avalancha de tutelas y filas de pacientes luchando por atención médica y medicinas delatan un fracaso innegable.
Después del gobierno Duque, Colombia requería una buena izquierda. Pero buena significa moderna y eficaz, dispuesta a trabajar con el sector privado, no empeñada en resucitar tesis obsoletas, tipo el Estado es la solución a todo y debe manejarlo todo. El presidente tuvo la oportunidad de reivindicar la causa Progresista, porque la derecha hizo de todo por impedirlo, y la derecha más violenta y radical mató a bala a un partido político completo, la Unión Patriótica. Pero Petro se encargó de desprestigiarla con su mal gobierno.
En estos tres años hemos escuchado dos cosas en exceso. La primera es una quejadera indigna en un jefe de Estado. El presidente dice que no lo dejan gobernar y que lo tienen censurado, pero tiene un ejército de bodegueros pagados por todos los colombianos, y sus discursos son debatidos hasta la saciedad por todos los medios. Eso no es censura. Que su gobierno carezca de capacidad de ejecución, al punto que le cerraron un ministerio inútil que ni siquiera ejecutó el 1 % de su presupuesto, es muy diferente a que no lo dejen gobernar. Su inacción no es culpa de otros.
La segunda es que Petro se refiere a sí mismo como un revolucionario. No, presidente. Revolucionarios Lenin, Mao y el Che Guevara. Y recordemos que el paraíso prometido por todos ellos resultó ser un infierno de gulags y pelotones de fusilamiento. Petro fue un simple alzado en armas, igual a miles más que lo único que le han hecho al país es daño. Además, la diferencia es abismal. Un revolucionario transforma las estructuras del poder. Este mandatario es incapaz de llegar a tiempo a reuniones.
Los gobiernos de Iván Duque y Gustavo Petro demuestran esto: Colombia no aguanta la improvisación. Presidentes que llegan al cargo para aprender a gobernar. El país no necesita un revolucionario, necesita alguien serio y preparado. Porque la nación no puede depender de una palabra. De una sola palabra equivocada.