Publicidad

Malentendidos y contraargumentos

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Juan Carlos Botero
26 de junio de 2009 - 01:58 a. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

UNO DE LOS MAYORES DAÑOS QUE se le hace a una causa es defenderla con malos argumentos.

Así pasa con la Iglesia Católica. Sus defensores, creyendo que le hacen un bien, en realidad erosionan los pilares de la institución al combatir las críticas con espíritu intolerante y, peor aún, tesis falsas.

 En verdad, yo quería escribir sobre un tema distinto, pero a raíz de mis dos columnas anteriores sobre el celibato y el autoritarismo de la Iglesia, y la reacción de algunos lectores (dolidos o furiosos), han salido a flote argumentos que exigen una respuesta. El que calla otorga, dice el refrán. Y estas ideas son inaceptables.

Ahora bien, la molestia de estas personas es comprensible. La Iglesia es una institución que veneran, en la que creen y a la que acuden con gratitud y respeto en busca de alimento espiritual y alivio emocional. Para millones de creyentes esta entidad es el rostro de su religión, el vehículo para entrar en contacto con Dios. Eso no lo critico. Al contrario: pienso que cultivar el espíritu mediante la religión, el arte o la reflexión es una necesidad individual y colectiva, y las sociedades que han restringido esa faceta de la experiencia humana (en aras del materialismo, la política u otra religión que el poder considera única y verdadera) han empobrecido a sus miembros y envilecido su existencia. Mis reparos no son a quien nutre su espíritu, sino a una institución que a menudo sacrifica la plenitud del individuo, su felicidad y libertad intelectual en aras de una ideología que riñe con nuestro tiempo. Lo dije antes: prohibir que las mujeres oficien la misa (e ignorar el machismo atroz que late en esa postura) o el uso del condón (una sentencia de muerte para millones debido al sida), o defender el celibato (una exigencia contra natura que se traduce en frustración para miles de curas y una amenaza para miles de niños), son posiciones que perjudican a la sociedad. Ventilar estos reparos, por lo tanto, es una obligación.

Aclaremos varios puntos. ¿He dicho que todo cura es un pederasta? No. Esa es una forma deshonesta de debatir: llevar la tesis del otro al extremo, ahí donde la misma pierde sentido y se puede tergiversar con facilidad. He dicho algo evidente y repetido hasta la saciedad: la raíz de muchos casos de abuso sexual está en el celibato, en la prohibición de que los curas tengan relaciones sexuales normales, sanas y fecundas.

Ante esto, algunos replican que la Iglesia no es el único lugar en donde hay pederastas. Ese mal ocurre en todo lado, incluso en hogares prósperos y en iglesias que permiten el matrimonio. En verdad, esa réplica demuestra lo contrario. Porque si en todo sector sucede ese crimen, hasta en aquellos donde el clérigo puede ejercer su sexualidad sin limitaciones, ¿cómo será en éste, en donde los curas trabajan a diario con menores pero con una mordaza sobre su sexualidad? Que suceda en otros gremios no lo disculpa ni justifica. Y no he dicho que esta infamia sólo ocurre en la Iglesia Católica. He dicho que allí sucede mucho, mucho más. Y la prueba está en la vasta mayoría de demandas presentadas por las víctimas. Como dijo La Rochefoucauld: “A veces hacemos el bien sólo para poder hacer el mal impunemente”.

Conoce más

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.