No voté por Gustavo Petro, pero siempre quise que tuviera éxito. Primero, porque creo que toda democracia necesita una buena izquierda. Y segundo, porque el país requería con urgencia un gran gobierno. Por eso, en mi fuero interno, mantuve la esperanza de que, tarde o temprano, el jefe de Estado corrigiera rumbos y acertara. Francamente, me cansé de esperar.
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Me cansé de los delirios de grandeza, las ínfulas de un político que se cree un líder cósmico pero que nadie en el resto del mundo toma en serio. Y a raíz de su vanidad y su deseo de figurar como defensor ambientalista, acabó con la producción de gas y petróleo nacional y ahora tenemos que importarlos a mayor costo y con peores efectos ambientales.
Me cansé de sus discursos diarios, eternos y pomposos, donde, sin que importe el tema, el presidente, como todo ególatra, termina siempre hablando de sí mismo.
Me cansé de las propuestas grandilocuentes que nunca llegan a nada, como trenes elevados y proyectos de infraestructura comparables a las pirámides, y otras lunáticas como traerse la estatua de la Libertad a Cartagena o mover la sede de la ONU a Catar, mientras su gobierno sigue incapaz de llevarle agua a la Guajira.
Me cansé de las contradicciones. De proponer la desastrosa Paz Total legitimando delincuentes comunes y elevándoles el rango a actores políticos, y permitiendo que la insurgencia aumente en más de un 45 % en el territorio nacional.
Me cansé de oír la condena a los corruptos en un gobierno lastrado por la corrupción, empezando por el hijo del presidente y siguiendo con tantos ejemplos que no cabrían en una sola columna.
Me cansé de las bodegas virulentas y militantes, que actúan de forma metódica contra todo quien señale un error o haga una crítica, y además pagadas por todos los colombianos.
Me cansé de tanto discurso incendiario, lleno de símbolos y frases de odio que agudizan la polarización, y más cuando se requiere, ante todo, un líder que una a la nación.
Me cansé de oír tantas veces al presidente prometer la famosa unión nacional para en seguida, a veces el mismo día, acusar a un sector legítimo y trabajador, como la prensa o los empresarios, de ser mafiosos, corruptos o asesinos.
Me cansé de un mandatario que gobierna para su base y no para el país. Porque después de tanto tiempo, Gustavo Petro sigue sin entender que él es el presidente de toda Colombia.
Me cansé del cambio prometido que no llega, empezando con la forma de hacer política, para luego ver al presidente repartiendo mermelada sin pudor, gobernando con los corruptos de siempre y defendiendo a gente impresentable como Armando Benedetti y Alfredo Saade.
Me cansé de un presidente que pontifica sobre temas mundiales pero que desprecia el valor de la diplomacia y es capaz, con tal de hacerse la víctima, de sacrificar al país mediante la descertificación y aranceles que reventarían a tantos sectores de la economía, y todo para posar como un supuesto líder antiimperialista.
Me cansé de las incoherencias y las promesas populistas, como hacer la paz con el ELN en tres meses. De un hombre que no gobierna, sino que vive en campaña electoral, mientras se agravan los problemas del país.
Y me cansé de tener, otra vez, un gobierno que ilusiona e ilusiona y sólo desilusiona. Como si Colombia se pudiera dar semejante lujo.