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Narrativas

Juan Carlos Botero

12 de septiembre de 2025 - 12:05 a. m.

La tarea de un escritor es una sola: usar la realidad, como punto de partida, para crear una narrativa. Sin embargo, el valor de la narrativa no depende de su fidelidad a la realidad. Depende de qué tan persuasiva, qué tan verosímil, qué tan creíble y qué tan convincente sea. Si logra todas esas cosas, la narrativa será exitosa. Si no las logra, así sea una copia exacta de la realidad, pronto será olvidada y considerada irrelevante.

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Un buen ejemplo es el caso de Mario Vargas Llosa. El premio nobel peruano escribió su quinta novela, La tía Julia y el escribidor. Es una historia hermosa y divertida, que cuenta su relación amorosa con su tía política, que era mayor que él, y el trasfondo es la sociedad peruana de su juventud. Es una narrativa magnífica y, ante todo, exitosa por lo que ya dijimos: parece verdadera, creíble, persuasiva, bella y, más que nada, convincente y seductora. A pocos les importa si lo que relata el autor ocurrió literalmente así. Es una novela que usa la realidad como punto de partida para crear literatura: una narrativa. En cambio, la exesposa de Vargas Llosa, creyendo que lo importante era la fidelidad a la realidad, escribió su propio libro, deseando corregir y aclarar las supuestas verdades que Marito, como ella lo llamaba, no contó, o contó mal y de manera distorsionada. Ese libro, desde luego, tuvo escasa acogida. ¿Por qué? Porque la narrativa no era exitosa. Y no lo era porque no era persuasiva, verosímil, atractiva o seductora.

Algo similar sucede en la pintura. La tarea del artista no consiste en copiar la realidad sino en crear un mundo original, con sus propias reglas y su propia coherencia interna. Construido con base en las ideas y en las convicciones del pintor. Por eso nadie protesta señalando que en Rusia las montañas no son rojas, ni las personas verdes o las vacas azules, como se aprecia en los cuadros de Chagal. El famoso maestro de origen ruso toma la realidad que vivió de niño y con base en eso crea su propio mundo estético, seductivo, atractivo y persuasivo. Por eso es exitoso. Como le escuché decir a mi padre muchas veces: “En el arte no existen verdades. Existen convicciones”.

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Un ejemplo final lo proporcionó García Márquez con su autobiografía, Vivir para contarla, que comienza con este epígrafe: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Esa frase le abrió la puerta no sólo para contar lo que él deseaba, usando como punto de partida la realidad vivida, sino que se curó en salud de cualquier crítica o acusación de falsedad o imprecisión. Porque lo que importa no es lo que ocurrió exactamente sino la manera que el novelista lo recuerda, pues lo más relevante es el valor y la veracidad de la narrativa. Por eso fue un éxito rotundo, por la calidad y maestría de la narrativa. Como dijo Matisse: “La exactitud no es la verdad”.

La mayor paradoja de todo esto es que las narrativas iluminan aspectos de la vida y de la condición humana que sólo se pueden esclarecer mediante la ficción escrita. Quizás no son espejos exactos de la realidad, pero alumbran rincones secretos del corazón de las personas, y lo hacen con mayor elocuencia que cualquier documental o tratado de filosofía. Como dijo el novelista inglés Ian McEwan: “No es verdad… pero dice la verdad”.

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@JuanCarBotero

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