La ciudad de Washington, capital de EE.UU., está viviendo un nuevo invierno de su descontento, como diría Shakespeare. Los árboles carecen de hojas, los días son fríos y breves, y la nieve empieza a blanquear las calles y aceras. Pero lo más evidente son las diferencias esenciales que batallan por adueñarse del espíritu de la nación. Hoy estas saltan a la vista y se aprecian en la cercanía de un par de estructuras físicas.
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En esta ciudad hay apenas una milla de distancia entre dos edificios, una residencia y un monumento, pero parece la distancia entre dos galaxias opuestas, como si pertenecieran a universos antagónicos. Es sólo una milla, en efecto, pero no todas las millas son iguales, y no todas miden lo mismo.
En la residencia vive el presidente actual, Donald Trump, republicano; y el monumento es la estructura erigida a la memoria de otro presidente republicano, Abraham Lincoln. Y hasta ahí llegan las semejanzas.
El resto es radicalmente diferente.
Porque mientras Lincoln elevó el país y lo inspiró con su oratoria, Trump lo hunde en las cloacas. Incluso su discurso oficial en estos días fue sobre inodoros y alcantarillas.
Mientras Lincoln enfrentó la mayor guerra civil de la historia del país, la más brutal y sangrienta, con tal de salvar la patria y unificar su pueblo, Trump desde su primer día de gobierno se ha empeñado en polarizar y dividir al país, y ensanchar la brecha que existe entre la ciudadanía con tal de animar su base política.
Mientras Lincoln aceptó el costo tan terrible de ese conflicto para acabar con la esclavitud y erradicar el racismo, Trump no hace más que fomentarlo, de frente y desde el púlpito de la Presidencia, como cuando elogió a los neonazis de Charlottesville y cuando les dijo a tres mujeres del Congreso que se regresaran a su país de origen.
Mientras Lincoln era famoso por su integridad y por su intolerancia a la mentira, a tal punto que su apodo era “el honesto Abe”, Trump dice unas ocho mentiras diarias.
Mientras Lincoln era respetuoso y cortés con las damas, Trump las insulta cada vez que puede y se ufana de manosearlas y de faltarles al respeto.
Y mientras Lincoln utilizó todo su genio político para sortear las crisis, usando su sabiduría, compasión y erudición de la historia y las leyes, Trump es cada vez más simplista. El país y el mundo nunca han sido más complejos, ni han requerido tanto de un manejo que integre disciplinas tan distintas, pues hoy todos los problemas son globales, como el terrorismo, la desigualdad y el cambio climático; y en este contexto Trump gobierna mediante frases de Twitter, impulsos y reacciones viscerales. Justo lo contrario de lo que exige el momento histórico.
Sin embargo, al final hay otra semejanza entre estos dos presidentes: porque en toda la historia del país sólo ha habido cinco ocasiones en que se han iniciado juicios políticos al presidente de turno. El más reciente es Donald Trump, y la segunda vez fue justamente con el sucesor de Abraham Lincoln, Andrew Jackson. La historia tiene un torcido sentido del equilibrio y del humor.
En fin, sólo una milla separa la Casa Blanca del Monumento a Lincoln. Cuando Obama vivió ahí, existía la misma milla de distancia. Pero ahora con Trump la distancia es otra y es inmensa. Lo dije antes: no todas las millas miden lo mismo.