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Otro error presidencial: el tono

Juan Carlos Botero

12 de noviembre de 2021 - 12:30 a. m.

Una cosa son las palabras y otra las decisiones y las acciones. Pero nada capta la esencia de la persona como el tono de su discurso. Y en un líder el tono lo es todo.

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¿Por qué? Porque el tono, a diferencia de las palabras, es más sincero. Sale del alma. Las palabras se pueden manipular para producir un efecto calculado. El tono es más difícil de falsear. La palabra, muchas veces, oculta. El tono revela.

En el gobierno de Donald Trump, por ejemplo, el tono del presidente era uno de falta de respeto e inmoralidad, de atropello a las mujeres y a las minorías, de machismo rancio, de ignorancia y racismo. Por eso sus subalternos, siguiendo el ejemplo presidencial, actuaban como patanes corruptos, ejerciendo políticas excluyentes, maltratando a los aliados y despreciando a los más pobres. En México, bajo Enrique Peña Nieto, los segundos del presidente, al ver su modelo de corrupción, saquearon los cofres del Estado. El presidente pone la pauta y de eso depende el resto. Lo dijo Simon Sinek: “Los líderes fijan el tono, así que la integridad es esencial”.

En el caso de Iván Duque, el tono que prevalece es la improvisación. Por eso se prometen, en el calor de los hechos, soluciones mágicas e irresponsables, como reconstruir la destruida Providencia en sólo 100 días. Por eso no se negocian las vacunas a tiempo, al igual que otros países, para superar la crisis de la pandemia. Por eso sus actos en el exterior son bochornosos, con el presidente en Francia, ante la Unesco, comparando la economía naranja con los siete enanitos, y luego, en Glasgow, corriendo a tomarse la foto con Biden, porque no lo recibieron de visita oficial en la Casa Blanca. Prevalece el tono de la falta de liderazgo y de coraje, por eso vemos al presidente cantando vallenatos en plena crisis o disfrazado de policía para aparentar fortaleza. Cuando estalla el país en llamas por las protestas, con el epicentro en Cali, en vez de coger el toro por los cuernos y dirigirse de inmediato a esa ciudad para afrontar el problema, el presidente vacila y duda, deja pasar los días, y cuando por fin viaja es en la madrugada, por una hora, casi a escondidas. Prevalece el tono de la permisividad, por eso sus subalternos cometen errores o delitos sin sufrir las consecuencias. Como el exembajador en EE. UU. Francisco Santos, a quien pillaron criticando a los demás miembros del Gobierno, se entrometió en la política interna de ese país y sugirió acciones encubiertas contra Venezuela, y aun así no le pidieron la renuncia. Como la exministra Karen Abudinen, a quien se le perdieron $70.000 millones de su cartera y casi no la obligan a renunciar. Como el ministro de Defensa, que califica a los niños como máquinas de guerra; declara, sin pruebas, a Irán enemigo de Colombia, y permite la muerte de docenas de personas por excesos de la Fuerza Pública durante las protestas. Y tampoco le piden la renuncia.

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Son, claro, muchos casos más. Es normal que abunden. Porque no es que el presidente dé la orden para que se cometan estos errores y atropellos. No la tiene que dar. Su tono de improvisación, falta de liderazgo y permisividad los tolera y estimula. Entonces lo que dice Sinek es cierto: el tono es esencial y debería prevalecer la integridad. Pero la integridad, por lo visto, es lo que más hace falta en este Gobierno.

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@JuanCarBotero

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