Hace poco vi una caravana de apoyo a Donald Trump recorriendo las calles del vecindario. Dos cosas me llamaron la atención: una, que estos entusiastas no tomaban ninguna precaución contra el COVID-19, pues no usaban tapabocas ni guardaban la menor distancia física entre ellos. Y dos, ver —junto a pancartas del Partido Republicano, gorras rojas y fotos del presidente— banderas mexicanas y de otros países latinoamericanos. Es decir, mucha de esta gente era nacida en los países que el presidente más ha insultado. “Países de mierda”, los calificó en una ocasión.
¿Cómo entender este fenómeno? ¿Cómo se explica el apoyo a Donald Trump de parte de sus propias víctimas, empezando con mujeres y latinoamericanos? La explicación reside en un profundo miedo al socialismo.
Estas personas han vivido o visto de cerca los estragos del socialismo y piensan que un triunfo electoral de Joseph Biden sería un triunfo del socialismo. Que sus propuestas evocan recuerdos de gobiernos corruptos y fallidos, enemigos de la empresa privada, que expropian propiedades y destruyen economías. Y que Biden, igual a los sátrapas del castrochavismo, es un representante más de estas desastrosas políticas que sólo merecen terminar en las canecas de la basura histórica.
Sin embargo, creer que Biden es socialista y que el comunismo está a punto de triunfar en EE. UU. es algo tan ridículo que, si no explicara el apoyo de millones a Donald Trump, daría risa.
El Partido Demócrata contiene numerosas tendencias. Unos defienden posiciones más extremas, otras más progresistas, otras moderadas y otras de centro. En eso consistió la convención del partido. Durante meses se expusieron estas posiciones para que los electores las sopesaran. Al final rechazaron las corrientes más radicales de Bernie Sanders y Elizabeth Warren, y escogieron la más moderada de Joseph Biden.
Por eso, identificar al candidato demócrata con el socialismo o el castrochavismo es demencial. Biden es un defensor del capitalismo y de la propiedad privada, de la búsqueda de la prosperidad y de la libertad económica y política. Pero también reconoce que EE. UU. no les está cumpliendo a millones de compatriotas y señala que muchos otros países, como Canadá, Japón y casi todos los de Europa, han logrado mayores índices de equidad. Estos países tienen sistemas de salud pública que funcionan mejor, políticas de educación nacional superiores, programas de asistencia social y legislaciones tributarias que producen sociedades más justas y equitativas. Confundir esto con tesis radicales de izquierda es aceptar las mentiras de Trump y su estrategia de descalificar al rival mediante acusaciones falsas y temerarias.
La ironía detrás de todo esto, como anotó Lizette Alvarez en The Washington Post, es que los fanáticos del presidente, que odian las dictaduras de Maduro, Ortega o Castro, son tan ciegos que no ven lo obvio: que no es Biden sino Trump el más parecido a esos tiranos de pacotilla. Enemigo de la transparencia, con ínfulas de hombre fuerte, que oculta sus finanzas personales y nombra a familiares en puestos de gobierno, que rechaza los contrapesos del poder y desconfía de los medios de comunicación, que persigue a rivales y desprecia las reglas de la democracia, el verdadero peligro está en Donald Trump. Y todo lo demás es secundario.